En camino al quirófano

Desde el Malecón

En camino al quirófano

Mientras afilan las cuchillas urológicas y me piden antibióticos como si fuera a cruzar la selva, me despido —por ahora— con algo de humor, algo de miedo y bastante Dylan.

Instituto de Oncología y Radiobiología (La Habana)
Instituto de Oncología y Radiobiología (La Habana)
Este lunes, si todo va según lo previsto, un par de bisturís consagrados estarán hurgando en mi vejiga poco colaboradora, mientras yo aporto lo mío: una bolsa recolectora, una sonda, y mi mejor cara de primerizo. Nada de oraciones, por favor; con Dylan de fondo, ya tengo bastante.. Tal y como se lee. Este domingo debo ingresar en el hospital oncológico habanero. Muy probablemente cuando esta nota se publique el lunes, par de consagradas cuchillas urológicas estarán dando cuenta de un cáncer de vejiga que  por su magnitud no admite cirugía de mínimo acceso. A panza abierta. Familiares, amigos y verdaderos compañeros todos de conjunto me han recetado valor y buena dosis de optimismo. Un puñado, con apoyo material, logístico. Ambas recomendaciones abundan en mi pensamiento a sabiendas que, según los expertos, no hay operación fácil ni difícil, sino operación sencilla y llanamente. De momento, me han solicitado en el hospital que traiga antibióticos, la bolsa recolectora de la orina y la sonda correspondiente además de toda una serie de accesorios que tal parece uno va selva adentro por todo con lo que hay que llevar a cuestas. A pesar de la buena dosis que me acompaña, también va como pasajera la normal preocupación de ser primerizo en enfrentar ese salón con tantas luces y gentes disfrazadas de verde de pies a cabeza mirándote a la cara. Pero no iré solo. A mi lado, el héroe  literario preferido de treinta y dos batallas todas perdidas, el coronel Aureliano Buendía con su sabia sentencia “que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”. El momento que vive la Cuba de hoy no es para poder morirse, sino para vivirla desde dentro. No en lontananza, que las cosas se ven diferentes, sin el color que las enriquece y las valida. Es como un filme de largo metraje donde hasta los créditos finales serán de extrema importancia. De lejos, han venido dos de mis hijos. Uno de ellos, varón ya casi acariciando los 50 años. Cuando tenía sólo tres y acababa de regresar de la guerra en Etiopía después de dos años de ausencia, lo sacaba a pasear y él tiraba con fuerza de mi mano al ver un avión en el aire para advertirme: “Ahí va mi papá”. Las vueltas de la vida: “Ahí viene mi hijo”. Hasta pronto, queridos míos. A todos, gracias por el apoyo. Nada de oraciones. Les invito a localizar a Bod Dylan para escucharle Knockin´ on heaven’s door…

Este lunes, si todo va según lo previsto, un par de bisturís consagrados estarán hurgando en mi vejiga poco colaboradora, mientras yo aporto lo mío: una bolsa recolectora, una sonda, y mi mejor cara de primerizo. Nada de oraciones, por favor; con Dylan de fondo, ya tengo bastante.

Tal y como se lee. Este domingo debo ingresar en el hospital oncológico habanero. Muy probablemente cuando esta nota se publique el lunes, par de consagradas cuchillas urológicas estarán dando cuenta de un cáncer de vejiga que  por su magnitud no admite cirugía de mínimo acceso. A panza abierta.

Familiares, amigos y verdaderos compañeros todos de conjunto me han recetado valor y buena dosis de optimismo. Un puñado, con apoyo material, logístico. Ambas recomendaciones abundan en mi pensamiento a sabiendas que, según los expertos, no hay operación fácil ni difícil, sino operación sencilla y llanamente.

De momento, me han solicitado en el hospital que traiga antibióticos, la bolsa recolectora de la orina y la sonda correspondiente además de toda una serie de accesorios que tal parece uno va selva adentro por todo con lo que hay que llevar a cuestas.

A pesar de la buena dosis que me acompaña, también va como pasajera la normal preocupación de ser primerizo en enfrentar ese salón con tantas luces y gentes disfrazadas de verde de pies a cabeza mirándote a la cara. Pero no iré solo. A mi lado, el héroe  literario preferido de treinta y dos batallas todas perdidas, el coronel Aureliano Buendía con su sabia sentencia “que uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”.

El momento que vive la Cuba de hoy no es para poder morirse, sino para vivirla desde dentro. No en lontananza, que las cosas se ven diferentes, sin el color que las enriquece y las valida. Es como un filme de largo metraje donde hasta los créditos finales serán de extrema importancia.

De lejos, han venido dos de mis hijos. Uno de ellos, varón ya casi acariciando los 50 años. Cuando tenía sólo tres y acababa de regresar de la guerra en Etiopía después de dos años de ausencia, lo sacaba a pasear y él tiraba con fuerza de mi mano al ver un avión en el aire para advertirme: “Ahí va mi papá”. Las vueltas de la vida: “Ahí viene mi hijo”.

Hasta pronto, queridos míos. A todos, gracias por el apoyo. Nada de oraciones. Les invito a localizar a Bod Dylan para escucharle Knockin´ on heaven’s door…

Más información

Posteriormente, el jefe del Ejecutivo hará una declaración en un Puesto de Mando Avanzado. Asimismo, han avanzado fuentes del Gobierno, a lo largo de…
Será la primera visita a la Casa Blanca del mandatario ucraniano desde el fallido encuentro de finales de febrero, cuando Trump y Zelenski mantuvieron…
La guerra en Ucrania cumple ya 1.269 días y el esperado cara a cara entre Donald Trump y Vladímir Putin ha terminado sin compromisos…