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El retorno del aznarismo

José María Aznar no asistió este fin de semana al Congreso del Partido Popular ni siquiera ha dejado claro que siga siendo afiliado. Pero, paradójicamente, ha sido el ganador de la pugna por la Presidencia que Mariano Rajoy, en un gesto de dignidad, ha dejado libre y abierta de par en par. Bien podía decirse que la mala relación que durante años mantuvieron los dos ex, Aznar y Rajoy, estaba representada en la pugna por la sucesión que protagonizaban Pablo Casado y Soraya Sáez de Santamaría.

Y ganó Pablo Casado, un líder de ideas más dogmáticas que las de su adversaria y unas actitudes menos conciliadoras. Nunca el PP se apartó de su senda conservadora y bastante autoritaria, pero en los últimos tiempos sus formas cuando menos sociales parecían haberse suavizado. Rajoy mantenía su campechanería gallega y Santamaría ofrecía una cara amable y simpática que, también hay que decirlo, ocultaba una firmeza dentro del despacho que algunos de sus colaboradores no dudan en calificar que despótica.

Bien es verdad que mientras se mantuvo en el poder nadie -salvo quizás el entonces ministro de Asuntos Exteriores García Margallo- exteriorizó su descontento por su forma de ejercer la autoridad. Fue ahora, cuando desprovista del mando muchos le volvieron la espalda lo que le costó una elección para la que partía como favorita y que, en una de esas contradicciones de la política, el voto de la militancia fue anulado por los compromisarios. Pablo Casado consiguió -en una campaña a cara de perro contra su compañera que tenía que mantenerse a la defensiva- atraerse el respaldo definitivo.

Casado no dudó en criticar con dureza al Gobierno de Mariano Rajoy para deteriorar la imagen de la que había sido su vicepresidenta. Casado no es una incógnita: lleva toda su vida activa militando, maniobrando y escalando en el partido, y siempre partiendo de unas actitudes más rígidas y afines a la ortodoxia nacionalista española que le imprimió desde su creación Manuel Fraga. Parte con varios retos por delante -sin desdeñar la sombra de las dudas sobre sus títulos universitarios que le persigue-, y el primero será suturar las heridas que la campaña de las primarias ha dejado abiertas en la organización.

El Partido que recibe en herencia atraviesa una doble crisis agravada por la pérdida que no esperaba del Gobierno y, sin tiempo para superarla plenamente, tendrá que capitanear el liderazgo de una oposición parlamentaria compleja, frenar la caída en la intención de voto que se le augura, frenar el acoso con que tanto por la extrema derecha y como por el centro derecha le amenazan Vox y Ciudadanos. La proximidad de elecciones europeas, autonómicas, municipales, y enseguida generales, estará ahí también marcándole la agenda.

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Diego Carcedo

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