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El «milagro» portugués

Cada vez se habla más del “milagro portugués” y en esta ocasión no se trata del de Fátima. Un país mediano, que llevaba muchos años a la cola de Europa, que unos años atrás tuvo que ser rescatado por la Unión Europea y de repente sale de la crisis política en que se hallaba sumido y de la penuria económica en que gobiernos fieles a la austeridad impuesta por Alemania le habían metido, y empieza a emerger como un ejemplo para todos.

Hoy Portugal está creciendo con las tasas de desarrollo más elevadas, las cifras de desempleo que muestra son la mitad que las españolas, el turismo lo está descubriendo como un lugar paradisíaco, su imagen internacional ha pasado del ostracismo a la admiración y su presencia en los puestos de dirección de las principales organizaciones supranacionales, envidiable. Desde la vecindad española, donde causa sorpresa, cuesta reconocerlo.

Tres años atrás Portugal salió de unas elecciones ganadas en minoría por el entonces primer ministro, Pedro Passo Coelho, que con el respaldo del presidente de la República, su correligionario Anibal Cavaco e Silva, intentó mantenerse el poder sin suficiente respaldo parlamentario. Fracasó a los diez días y fue Antonio Costa, líder del Partido Socialista, el segundo más votado, quien lo intentó, a través de un amplio acuerdo de izquierdas, mientras medio país y buena parte del extranjero se echaban las manos a la cabeza.

Costa, un político sensato e inteligente, se propuso la cuadratura del círculo y lo consiguió: después de largas y tediosas negociaciones pactó la investidura con el férreo Partido Comunista estalinista, el gran adversario tradicional e irreconciliable del PS, el Bloco de Izquierda (BE), de corte populista, enfrentada por su parte con comunistas y socialistas y los Verdes. Nadie apostaba por aquel acuerdo, nadie le daba más allá de un año de vida, tiempo suficiente para que cometiera los desmanes que se le auguraban y asustaban.

No ocurrió así. El nuevo Gobierno empezó promoviendo el aumento de los paupérrimos salarios y lejos de producirse el caos financiero de las empresas, aumentó la producción y la recaudación fiscal. El país devolvió religiosamente el rescate, incrementó con habilidad diplomática su presencia internacional, se proyectó en el mundo como lugar de acogida, y el nivel de vida y el estado de bienestar, que aún deja bastante que desear, no ha parado de mejorar.

El “milagro” portugués contrasta con el anquilosamiento de España donde, al contrario del vecino, tanto la economía como todo lo demás invirtió su dinámica de varias décadas y ha entrado en una fase de amodorramiento y conflictos penosa. Es sorprendente que en la política mundial los diez millones de portugueses estén consiguiendo más éxitos, incluidos los deportivos y musicales, que otros, como España con cuarenta y siete.

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El «milagro» portugués

Diego Carcedo

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