¿El disidente o el incidente?

Desde el Malecón

¿El disidente o el incidente?

Una anécdota vivida en plena misión militar en Angola revive el origen de un singular apodo y su inesperada conexión con el debate actual sobre los disidentes.

Candado
Candado
En medio de una travesía hacia Angola a finales de los años 70, un soldado apodado “el disidente” quedó marcado por un episodio tan insólito como revelador. Décadas después, un artículo de Carlos Alzugaray devuelve a la memoria aquel momento, enlazando pasado y presente en torno al significado de la disidencia.. Una reflexiva nota suscrita por el profesor y ex diplomático cubano Carlos Alzugaray aparecida en las redes sociales en torno al tema de los disidentes y el origen de tal clasificación, ha logrado despertar en la memoria un singular caso que presencié muy de cerca y que conservo por escrito en mis recuerdos de guerra. Fue precisamente cuando Alzugaray cita su posible aparición mediática, prensa extranjera de por medio, en la década de los 70s del siglo pasado y aporta, además, lo que refiere la IA. A principios de 1977 tuve que embarcarme en un convoy militar compuesto por varios buques mercantes hacia una zona de guerra en África que sólo unos días antes del desembarco supimos se trataba de Angola porque en realidad íbamos hacia otro sitio. No bien iniciada la travesía, en la bodega del Topaz Islands, abanderado en Panamá, se hablaba de todo. Muchos comenzaban a conocerse.  Entre ellos, iba Bermúdez, algo mayor que todos nosotros porque narraba historias vividas junto a las “mujeres de vida alegre” del barrio de Colón antes de la Revolución. Cierta vez, recordando la famosa matanza entre pandilleros de Orfila en 1940 se le ocurrió confesar a voz en cuello que a él no lo jodía nadie, que estaría todo el tiempo detrás de una piedra sin asomar la cabeza ni disparar un tiro, que su vida valía mucho más que esa aventura que estaba por venir. Lo suficiente para que llegara a oídos del oficial de contrainteligencia del buque y de inmediato diera la orden de su reclusión tal vez por el temor a que siguiéramos ese ejemplo. Como el Topaz carecía de calabozo fue encerrado en el  pequeño pañol de popa junto a los aperos de limpieza y herramientas. Fusil Fal en mano debíamos entonces custodiar al prisionero al que ya le había puesto el alias o sobrenombre de “el disidente”. Causaba pena verlo encerrado en ese lugar tan estrecho y pestilente. Sólo se le permitía salir a los sanitarios improvisados o cuando pedía fumar un cigarrillo. Yo lo consentía demasiado al extremo de permitirle encender uno tras otro por si desde lo alto del buque el contra inteligente se asomaba desde el camarote para vigilarlo. Cuando llegamos en zafarrancho de combate al puerto de Luanda, ciudad aún tensa por el intento de Golpe de Estado a Agostino Neto, Bermúdez estuvo a punto de quedarse encerrado en su “celda”. A última hora alguien se percató de ello y fue liberado sin cargo alguno. Bajó a tierra como uno más, aunque ya bautizado como “el disidente”. A los pocos días, mientras limpiaba el camión que debía conducir, Bermúdez, que carecía de un nivel cultural medio y tenía un “tic” nervioso que le provocaba cambios intermitentes en el rostro, me preguntó: -Oye, dime una cosa, ¿tu me pusiste eso de “el incidente” por lo que pasó en la bodega? Ojalá aún viva nuestro compañero, que supo demostrar arrojo, para que pueda enterarse mejor, casi medio siglo después, de lo suscrito por Alzugaray.

En medio de una travesía hacia Angola a finales de los años 70, un soldado apodado “el disidente” quedó marcado por un episodio tan insólito como revelador. Décadas después, un artículo de Carlos Alzugaray devuelve a la memoria aquel momento, enlazando pasado y presente en torno al significado de la disidencia.

Una reflexiva nota suscrita por el profesor y ex diplomático cubano Carlos Alzugaray aparecida en las redes sociales en torno al tema de los disidentes y el origen de tal clasificación, ha logrado despertar en la memoria un singular caso que presencié muy de cerca y que conservo por escrito en mis recuerdos de guerra.

Fue precisamente cuando Alzugaray cita su posible aparición mediática, prensa extranjera de por medio, en la década de los 70s del siglo pasado y aporta, además, lo que refiere la IA.

A principios de 1977 tuve que embarcarme en un convoy militar compuesto por varios buques mercantes hacia una zona de guerra en África que sólo unos días antes del desembarco supimos se trataba de Angola porque en realidad íbamos hacia otro sitio.

No bien iniciada la travesía, en la bodega del Topaz Islands, abanderado en Panamá, se hablaba de todo. Muchos comenzaban a conocerse.  Entre ellos, iba Bermúdez, algo mayor que todos nosotros porque narraba historias vividas junto a las “mujeres de vida alegre” del barrio de Colón antes de la Revolución.

Cierta vez, recordando la famosa matanza entre pandilleros de Orfila en 1940 se le ocurrió confesar a voz en cuello que a él no lo jodía nadie, que estaría todo el tiempo detrás de una piedra sin asomar la cabeza ni disparar un tiro, que su vida valía mucho más que esa aventura que estaba por venir. Lo suficiente para que llegara a oídos del oficial de contrainteligencia del buque y de inmediato diera la orden de su reclusión tal vez por el temor a que siguiéramos ese ejemplo.

Como el Topaz carecía de calabozo fue encerrado en el  pequeño pañol de popa junto a los aperos de limpieza y herramientas. Fusil Fal en mano debíamos entonces custodiar al prisionero al que ya le había puesto el alias o sobrenombre de “el disidente”.

Causaba pena verlo encerrado en ese lugar tan estrecho y pestilente. Sólo se le permitía salir a los sanitarios improvisados o cuando pedía fumar un cigarrillo. Yo lo consentía demasiado al extremo de permitirle encender uno tras otro por si desde lo alto del buque el contra inteligente se asomaba desde el camarote para vigilarlo.

Cuando llegamos en zafarrancho de combate al puerto de Luanda, ciudad aún tensa por el intento de Golpe de Estado a Agostino Neto, Bermúdez estuvo a punto de quedarse encerrado en su “celda”. A última hora alguien se percató de ello y fue liberado sin cargo alguno. Bajó a tierra como uno más, aunque ya bautizado como “el disidente”.

A los pocos días, mientras limpiaba el camión que debía conducir, Bermúdez, que carecía de un nivel cultural medio y tenía un “tic” nervioso que le provocaba cambios intermitentes en el rostro, me preguntó:

-Oye, dime una cosa, ¿tu me pusiste eso de “el incidente” por lo que pasó en la bodega?

Ojalá aún viva nuestro compañero, que supo demostrar arrojo, para que pueda enterarse mejor, casi medio siglo después, de lo suscrito por Alzugaray.

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