Desde que Donald Trump asumió la presidencia de EEUU, el país ha impuesto más de 50 aranceles nuevos o revisados a productos chinos, lo que ha agitado las cadenas de suministro globales. La incertidumbre en las relaciones comerciales entre ambas potencias ha llevado a las empresas estadounidenses a explorar nuevas rutas de aprovisionamiento. Y en ese mapa, Europa aparece como una opción sólida, tanto como proveedor como cliente.
La UE podría cubrir hasta el 65% de las importaciones desde China
Según un estudio de McKinsey & Company, la Unión Europea, junto con Reino Unido, Suiza y Noruega, tendría la capacidad de reemplazar entre el 30% y el 65% de los productos que EEUU importa actualmente de China, incluso considerando los altos aranceles impuestos a las exportaciones europeas.
Europa ya provee el 55% del mercado mundial disponible de productos que EEUU importa de China, lo que la posiciona como un socio clave en esta transición comercial
Sectores estratégicos: electrónica, manufacturas y textiles
Los sectores con mayor potencial de sustitución incluyen la electrónica, con un volumen de 191.000 millones de dólares, manufacturas (52.000 millones) y textiles (45.000 millones). Europa podría convertirse en el principal proveedor alternativo en estas industrias, con países como Alemania y la República Checa ofreciendo, por ejemplo, juguetes que sustituyan a los de origen chino.
Estos sectores coinciden con los productos que EEUU más importa desde China, lo que refuerza el papel estratégico que podría asumir Europa
Interdependencia creciente entre Europa y China
A la par que Europa incrementa sus exportaciones a EEUU, también ha comenzado a absorber una parte significativa de las exportaciones chinas, con un 55% de los productos que China vende a EEUU redirigiéndose hacia Europa. Esto podría intensificar la interdependencia comercial entre el bloque europeo y China, aumentando a su vez las tensiones geopolíticas.
Europa ante un dilema estratégico
Francesca Ghiretti, directora de la Iniciativa RAND Europa-China, advierte que el continente debe pasar de ser un receptor pasivo de las decisiones globales a convertirse en un actor con agenda propia. “Los próximos meses y años pondrán a prueba si Europa puede mantener el rumbo o se perderá tratando de responder a los retos actuales”, afirma.