Vaya, que como reza la sabiduría popular, padre puede ser cualquiera mientras que madre sólo hay una. Y hay bastante razón en ello.
Padres hay buenos, regulares y malos. Igual que con ese otro tipo padre, el cura párroco, que los hay con iguales características excepto que al menos públicamente se le haya reconocido alguna que otra paternidad.
Hubo hijos que dedicamos otro tiempo más a recordar a nuestro padre; otros, que lo pasaron por alto. Así es la vida y no como la pinte el poeta.
Siempre recordaré al mío, un auténtico campesino nacido en la actual provincia de Villa Clara, que logró doctorarse en Farmacia en la Universidad de La Habana, combatiente clandestino del Movimiento 26 de Julio, fundador del Partido Comunista de Cuba, hombre de total confianza de Fidel Castro para un plan especial del líder, con sus virtudes y defectos de los que no escapa ningún mortal.
Al triunfo de la revolución en 1959, con empleo en uno de los mejores laboratorios farmacéuticos internacionales, casa propia, colegios de lujo para sus hijos y un Opel modelo Capitán de estreno, fueron varias las ocasiones que tanto a mi como a mi hermano mayor nos repetía hasta el cansancio uno de sus mayores desaciertos no precisamente en su cualificación profesional:
-Hijos, ustedes no van a pasar el trabajo que tuve yo…
Diera lo que no tengo por sentarlo ahora a mi lado, abrazarlo, besarlo, agradecerle todo lo que hizo por nosotros y por nuestra madre para preguntarle en total confidencia y a sabiendas de lo que respondería, que cómo ve este “remandingo” que estamos viviendo, que si su lucha y entrega fueron para esta cruda realidad.
Tal vez se retracte de lo que tantas veces nos dijo cuando niños…
