A Marta Elena nunca la conocí personalmente. Ella a mí, sí. Agotadas todas las posibilidades en las instancias correspondientes, fui indicado por su asesora que sólo ella podía aprobar mí pensión y que para ello debía explicarle bien el caso.
Así lo hice y encima le conté par de secretos que uno debe llevarse a la tumba. A los pocos días recibí de su despacho la comunicación de aprobada. Por ello le estaré agradecido de por vida. Era, a mi juicio, una ministra competente. No era para tanto su dimisión obligada. Con haber discutido democráticamente su planteamiento se hubiera evitado el papelazo además de honrar al parlamento.
Lo protagonizado por Feitó Cabrera se resume en negar la mendicidad en Cuba, ser aplaudida y luego de ser criticada por el presidente de la República, de vuelta los aplausos por los mismos que antes habían batido palmas a su favor.
Con una vejiga y próstata renovadas, un trabajo de excelencia por todo el personal involucrado, el extraordinario esfuerzo que hacen nuestros médicos para suplir medicamentos y procederes que nos están negados, empiezo una nueva vida.
Marta Elena deberá hacer otro tanto. No merecía tal “cirugía”. Ojalá le vaya bien.