En otros tiempos pana nada lejanos, el “pudor” oficial, que aún se manifiesta cuando rememoran esa viril y quijotesca respuesta, hubiera prohibido esa expresión llevada en gran pancarta a la Plaza de la Revolución por trabajadores cubanos en una festividad incuestionablemente masiva.
Es que hasta los encargados de narrar el desfile guion en mano y sin muchas improvisaciones, no se atrevieron a decirlo por lo claro y acudieron al término sustituto de “palabrota que ustedes conocen”.
Muchos en el exterior de la isla y algunos dentro de ella se estarán preguntando ahora mismo cómo fue posible que en momentos tan críticos del proceso revolucionario cubano, donde precisamente es el trabajador quien soporta vicisitudes de todos colores y sabores, el desfile haya tenido características de sobresaliente porque, que yo sepa, nadie fue obligado.
A mi juicio, sin el menor de los aires de analista y mucho menos de académico, hay dos aspectos esenciales a tener en cuenta sin considerar el coste económico que representó la celebración en todo el país.
Uno, el mensaje al imperio de que no hay temor alguno frente a sus amenazas y dictámenes. Y dos, justo en el mismo sitio donde hace 25 años Fidel Castro diera a conocer su concepto de Revolución, el recordatorio obrero del propósito fidelista aún incumplido de “cambiar todo lo que deba ser cambiado” de cara a una poderosa burocracia gubernamental e ideológica negada o en extremo pensante a las nuevas formas del socialismo actual.
Vamos, que si algún cubano le confesara que nuestros problemas tienen un origen testicular, usted debería entenderlo como corresponde y no tanto desde el punto de vista clínico.