Si mi difunto padre, un campesino del municipio villaclareño de Remedios, que logró doctorarse en Farmacia en la Universidad de La Habana en los años 40s del siglo pasado, despertara del sueño eterno, llegara a casa para encontrarse con que no hay un termómetro disponible, a no dudar algo grande le hubiera pasado para retornar al camposanto.
Es que ese instrumento, inventado nada menos que por el conocido Galileo Galilei en 1592 y luego, en 1612 Santore Santorio lo adaptaría para uso médico, hoy en Cuba resulta una imprescindible pieza en el hogar que ahora mismo está en falta. Quienes lo poseen lo cuidan como oro molido, pero también son capaces de prestárselo al vecino. Conozco uno que le ha dado la vuelta a todo el edificio, visitando axilas que nunca imaginó.
Y es que esos tres virus que andan y desandan por toda la isla, el dengue, el zika y el chikungunya cursan con fiebres altas que hay que bajarlas a como de lugar para evitar mayores complicaciones. Y es aquí donde el termómetro juega un papel de primer orden porque en un abrir y cerrar de ojos una temperatura superior a los 39 grados puede ocasionar muy serios problemas. Conozco de casos en que han delirado.
De momento se desconoce el número de afectados y muertes que no son pocas a lo largo de todo el país, pero de que es masivo el contagio basta con llamar a algún conocido y preguntarle qué tal la salud.
Centros de trabajo con capacidad reducida por enfermos en cama, familias diezmadas, médicos y enfermeras que aun padeciendo el proceso acuden al hospital, turnos para varias gestiones suspendidos por falta de personal están en el orden del día. Es que hasta las funciones del Ballet Nacional de Cuba han sido suspendidas por estar enfermos parte de sus integrantes al igual que un equipo en la serie nacional de béisbol.
Y punto, que tengo calenturas clínicas y no de otra naturaleza. Afortunados los humanos que no nos toman la temperatura como a los perros. Sería la último que nos faltara en medio de tantas multicolores desgracias…









