Inhalar o no inhalar, he ahí el dilema

El Rincón del Habano

Inhalar o no inhalar, he ahí el dilema

Una típica discusión entre fumadores es la de si se debe o no tragar el humo de un cigarro. Aunque la procesión va por barrios, hay consenso entre los especialistas en que es mejor no inhalar el humo hasta los pulmones. El placer de fumar un habano alcanza su cénit cuando sus componentes se mezclan con la saliva y estimulan las papilas gustativas de la lengua. Le recomendamos que saboree el humo en la boca, en el paladar, para que disfrute de su sabor como si de un excelente vino o un buen brandy se tratara. Eso no quita para que, tras esa degustación, los fumadores “importados” de cigarrillos sigan con su hábito y tiendan a inhalar una parte del humo. Pero hacerlo en su totalidad es reunir todas las papeletas para ganar un buen ataque de tos y una experiencia desagradable, a menos que uno esté acostumbrado al fuerte impacto del tabaco negro. Recuerde que la fortaleza del cigarro es más intensa que la de un cigarrillo, básicamente porque el volumen de la bocanada es mucho mayor. El interesante mensaje de la cenizaUna vez que se disfruta del placer de fumar un buen puro, no conviene andar continuamente tirando la ceniza. Deje que se vaya formando en el cigarro y aprenda a valorar la información que proporcionan su consistencia y forma. El aspecto del tabaco consumido ofrece también la posibilidad de apreciar la calidad del torcido del cigarro.El análisis de los cigarros suele llevarse a cabo por tercios, es decir, se valoran por separado el primer tercio, el segundo y el último. El primero es de calentamiento, de preparación de lo que está por llegar; en el segundo se saborea toda la riqueza de los tabacos que lo componen y, en el último, la fortaleza se agudiza y se amplifican los sabores, tornándose a veces excesivos, por lo que muchos fumadores no suelen terminar del todo el puro. Pero cada uno tiene derecho a disfrutar de su cigarro como más le guste. Y en el momento de apagarlo, podemos pisotearlo, sumergirlo en agua o aplastarlo, pero lo más aconsejable, y elegante, es dejarlo en el cenicero hasta su último suspiro, que no tarda en llegar. Déjelo morir con dignidad.

Una típica discusión entre fumadores es la de si se debe o no tragar el humo de un cigarro. Aunque la procesión va por barrios, hay consenso entre los especialistas en que es mejor no inhalar el humo hasta los pulmones. El placer de fumar un habano alcanza su cénit cuando sus componentes se mezclan con la saliva y estimulan las papilas gustativas de la lengua. Le recomendamos que saboree el humo en la boca, en el paladar, para que disfrute de su sabor como si de un excelente vino o un buen brandy se tratara. Eso no quita para que, tras esa degustación, los fumadores “importados” de cigarrillos sigan con su hábito y tiendan a inhalar una parte del humo. Pero hacerlo en su totalidad es reunir todas las papeletas para ganar un buen ataque de tos y una experiencia desagradable, a menos que uno esté acostumbrado al fuerte impacto del tabaco negro. Recuerde que la fortaleza del cigarro es más intensa que la de un cigarrillo, básicamente porque el volumen de la bocanada es mucho mayor.

El interesante mensaje de la ceniza
Una vez que se disfruta del placer de fumar un buen puro, no conviene andar continuamente tirando la ceniza. Deje que se vaya formando en el cigarro y aprenda a valorar la información que proporcionan su consistencia y forma. El aspecto del tabaco consumido ofrece también la posibilidad de apreciar la calidad del torcido del cigarro.

El análisis de los cigarros suele llevarse a cabo por tercios, es decir, se valoran por separado el primer tercio, el segundo y el último. El primero es de calentamiento, de preparación de lo que está por llegar; en el segundo se saborea toda la riqueza de los tabacos que lo componen y, en el último, la fortaleza se agudiza y se amplifican los sabores, tornándose a veces excesivos, por lo que muchos fumadores no suelen terminar del todo el puro.

Pero cada uno tiene derecho a disfrutar de su cigarro como más le guste. Y en el momento de apagarlo, podemos pisotearlo, sumergirlo en agua o aplastarlo, pero lo más aconsejable, y elegante, es dejarlo en el cenicero hasta su último suspiro, que no tarda en llegar. Déjelo morir con dignidad.

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