Con menos de treinta años y una carrera intensa, el pianista de Menorca se convierte en el favorito de la afición española. No es fácil hacerse un nombre en los anémicos circuitos del jazz español. Y, con frecuencia, resulta imposible sin haber obtenido alguna repercusión fuera de nuestras fronteras. Por suerte, los músicos jóvenes como Marco Mezquida que han optado por este complicado estilo tienen lo que hay que tener.
Tocan bien. Claro. Pero no sólo eso. Han aprendido a tener paciencia y coraje a partes iguales para abrirse se paso en un ambiente competitivo e intentar llegar al corazón de una afición entusiasta, pero decreciente que, en los últimos tiempos, tampoco se muestra demasiado abierta a las nuevas propuestas.
Mezquida sí lo ha conseguido. Quizá por su prodigiosa técnica, amasada desde los siete años de edad cuando empezó a estudiar piano clásico. Disciplina que compatibilizó con el piano moderno y el órgano casi desde sus primeros años, lo que marcaba un camino a seguir bastante bien elegido que iba a desembocar en el jazz.
Y a partir de 2005, el alumno se convirtió en maestro e inició una carrera intensa y frenética que le ha llevado a colaborar con muchos músicos nacionales e internacionales, grabar como líder y como sesionero y convertirse en una presencia habitual en los pequeños y los grandes escenarios que configuran este circuito.
La afición valora en Mezquida la imaginación que suele habitar en sus improvisaciones y su personal sentido del ritmo, dos caracaterísticas que le hacen destacar sobre la legión de jóvenes pianistas de dedos ágiles y técnica prodigiosa que, sin embargo, pocas veces llegan a capturar la verdadera esencia del discurso musical jazzístico.
A Mezquida, además, puede disfrutársele igualmente sólo o en compañía de otros. De tipos tenaces y con ganas de líarla como el mismo como el saxofonista Ernesto Aurignac o el batería Ramón Prats, con quienes forma MAP, un power trío sin contrabajo, que empieza a ser un gran secreto a voces entre los acólitos y que ningún aficionado debería perdrse.
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Marco Mezquida pone a prueba los límites del jazz
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