‘Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit’, un disco de Courtney Barnett.

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‘Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit’, un disco de Courtney Barnett.

Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit

La rockera australiana consigue en su primer disco una estimulante mezcla de psicodelia, garaje y grunge. A veces sienta bien un revulsivo, cuando las cosas parecen complicarse demasiado. En esos momentos revueltos y confusos en los que la afición corre el riesgo de perder el norte, se agradece que aparezca de pronto alguien con las ideas claras, como la ‘rockera’ australiana Courtney Barnett y nos recuerde los principios básicos de la música que amamos.

¿Cómo era esto? Ya saben: una guitarra o dos, un bajo y una batería. Algo que decir y energía suficiente para transmitirlo. Tres acordes y la verdad, como decían los clásicos. Eso es el rock and roll y eso, poco más o menos, lo que encontrarán en el último disco de Barnett, titulado ‘Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit’, los aficionados que se acerquen a escuchar lo que tiene que ofrecer esta joven cantautora de 27 años.

En un mundo tan sofisticado como el actual, con la música moderna condicionada casi siempre por el impacto de las nuevas tecnologías, estos soplos de aire fresco, estas llamadas de atención, son muy necesarias. Indispensables, diría yo. Para que la belleza de las formas no pueda utilizarse como coartada para distraer la atención sobre la intrascendencia de las propuestas.

Por eso no nos sorprende, en absoluto, que Courtney, cuya carrera discográfica se reduce a este álbum y dos ‘eps’ anteriores, todos publicados por su propio sello, se haya convertido en la última gran sensación. En el último icono de la prensa ‘indie’ especializada, elevada a las alturas por una crítica elogiosa publicada en Pitchfork, la web que emite en estos días los certificados de excelencia más codiciados.

Pero volvamos a lo que nos ocupa y hablemos de esta esperanzadora colección de once canciones que se extiende a la larga de 43 minutos. Y si quieren saber cómo consumir este trago para sacarle el máximo partido posible, sigan mi consejo: olvídense por un momento de esas producciones barrocas y exquisitas a las que se han acostumbrado en lo que va de siglo XXI y disfruten de lo simple y lo directo.

Como hicieron con los primeros discos de The Ramones o de Nirvana. Igual que sucedía con estos grupos míticos, en los que las guitarras distorsionadas y la contundencia de una sección rítmica de alto voltaje eran los únicos ingredientes necesarios para preparar el guiso, Barnett y su banda lo tienen claro y juegan fuerte.

Por eso no hay demasiadas diferencias entre el ruido que generan cuando entran en un estudio y el que consiguen cuando se enfrentan al público subidos en un escenario. La líder y compositora no es una instrumentista exquisita, ni especialmente virtuosa. Pero sí sabe lo que se trae entre manos y es capaz de tocar con la solvencia suficiente esa mezcla cruda de garaje, psicodelia y grunge, con la que construye el acompañamiento musical de sus historias.

Además, tiene la suerte de contar con un grupo de primera división. Tres instrumentistas que están en lo que están, huyen de las florituras y saben que menos es más. Y que aquí se les ha contratado para que la fiesta no decaiga y la música sirva en bandeja de plata al público interesado, esas viñetas cotidianas que dibuja Barnett en sus textos, entre la perplejidad, el asombro y la melancolía de lo que nunca podrá ser.

Mi respeto para ellos. Para estos tres escuderos, últimamente sólo dos en directo, que son Bones Sloane al bajo, Dave Mudie a la batería y Dan Luscombe a la guitarra solista. Un grupo de cuerpo entero que parece acuñados por las mismas maquinarias que produjeron los insustituibles Crazy Horse del mísmisimo Neil Young.

Como ellos, los muchachos de Barnett saben cabalgar rápido si la ocasión la requiere. Y también frenar y resultar moderadamente sutiles si viene al caso. Ajustarse a lo que toca, a ese torrente de palabras sobre el que se esculpen unos temas que oscilan entre el ‘talking blues’ y las cadencia chulesca del Lou Reed más narrativo. O de la gran Patti Smith de ‘Horses’.

Salvando algunas distancias, claro. Lo que en la joven Smith que puso el rock patas arriba en la década de los setenta del pasado siglo era un estallido de drama y pasión, aquí es más bien una inyección de sentido del humor y poesía del absurdo.

Un discurso intenso y lúcido que a ratos recuerda los trabajos de escritores visionarios como Lewis Carroll, o fábulas morales y agridulces como las que imaginó A. A. Milne, el creador de ‘Winnie the Pooh’, a quién pertenece la frase que le da título al álbum, cuya traducción al castellano es algo así como “algunas veces me siento y pienso y otras sólo me siento”.

Las letras de Barnett son maravillosas. No es fácil, por ejemplo, llenar el espacio sonoro de melancolía con una simple pincelada como ella consigue en ‘Depreston’, mi canción favorita del disco por el momento, donde una pareja en busca de piso se encuentra, de pronto, en el cuarto de baño con el rastro del anterior ocupante de una de las casas que visitan, recientemente fallecido.

Pero todo es sutil aquí. Como si los sucesos que se nos narran apenas tuvieran importancia. Y quizá así sea la vida Mucho más terrible, pero menos dramática de lo que parece. Y no podemos evitar que nos caigan simpáticos algunos protagonistas de estas historias cotidianas que Courtney nos propone.

Por ejemplo, el protagonista de ‘Elevator Operator’ ese informático que deserta del trabajo para tomar un ascensor y contemplar el mundo desde lo alto de un rascacielos. O la chica de la canción ’An Illustration Of Loneliness’, que recuerda a su amor perdido y se enfrenta al vacío de su vida, mientras miras las grietas de la pared y los platos sin recoger en la cocina.

O tantos otros personajes deliciosos que pueblan el universo de un disco que augura un futuro brillante a su autora. A la que, desde ahora, nos comprometemos a seguir muy de cerca. Además, les recomendamos encarecidamente que hagan lo mismo.

No vaya a ser que con el empacho de reediciones de vinilo que se nos viene encima y con tanto recordar la música noble y legendaria de otros tiempos, nos olvidemos de la gente, como Courtney Barnett, que trabaja en el presente para que no decaiga la fiesta.

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