‘Natalie Prass’, un disco de Natalie Prass

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‘Natalie Prass’, un disco de Natalie Prass

Natalie Prass

La cantautora de Cleveland se presenta en sociedad con un elegante disco de canciones intemporales. Pop intemporal, elegante y gozoso. Suaves melodías para envolver historias terribles, plagadas de crespúsculos y corazones rotos. Ese mismo territorio del alma y el sonido nocturno que viejos exploradores como Burt Bacharach y Hal David recorrieron con éxito hace muchos años.

¿Se hacen a la idea? Sí. Ese es precisamente el lugar desde el que hoy mismo, ahora, en pleno siglo XXI nos llega la voz maravillosa y fascinante de Natalie Prass. El mítico país en el que los desengaños amorosos duelen menos, gracias al sonido dulce de los violines y a las tormentosas secciones de viento.

Natalie es una joven cantautora de Cleveland que, a tenor de la música que fabrica, también podría estar emparentada con Carole King, aquella autora laureada que compuso tantas obras maestras en las décadas de los sesenta y los setenta del pasado siglo.

Pero como decíamos antes, Prass es una chica de hoy que apenas tiene 28 años. Y acaba de darse a conocer en medio mundo con un disco, titulado simplemente con su nombre. Uno de esos álbumes que desde el primer momento en que se escuchan se sabe que van a marcar época.

Cierto que por hacer justicia rápidamente a todos los responsables de esta maravilla, conviene explicar también que buena parte del mérito es atribuible a los dos productores y magnos arreglistas que han colaborado en el empeño. Tray Pollard y Matthew E. White.

Son dos tipos curtidos y estudiados con las ideas muy claras. Y son también los propietarios de Spacebomb Records, el sello que ha lanzado a Natalie al estrellato. Y una casa de discos sobre la que vamos a oír hablar mucho en los próximos meses.

Pollard y White sueñan con repetir el éxito de los grandes sellos estadounidenses del pasado. Discográficas como Stax, situada en Memphis, o Tamla Motown, que fue fundada en Detroit.

Firmas con estudios de grabación propios y una banda de músicos fija, que hicieron historia y acumularon decenas de números uno, gracias a una nómina de compositores y cantantes de gran calidad y a un sistema de trabajo que mezclaba la artesanía pura con los mecanismos de las cadenas de producción.

En el caso de Pollard y White, la empresa, el estudio y el grupo estable de músicos con el que trabajan están instalados en la ciudad de Richmond, por lo que se benefician del talento de los instrumentistas jóvenes, pero más que competentes, que estudian en la Virginia Commonwealth University, uno de los mejores centros de formación de músicos de jazz de EEUU.

Ellos han dotado de carne y sangre instrumental a los arreglos singulares, clásicos y modernos fabricados por Pollard y White para las canciones de Natalie. Y a ellos hay que atribuir parte del milagro que se desprende de los surcos de un disco glorioso que (sí, en este caso también), se disfruta mucho más en su versión de vinilo.

De hecho, Natalie Prass, la propia protagonista del álbum es una aplicada estudiosa con muchas horas de vuelo, muchos codos y mucha partitura que hasta ahora se ganaba la vida como corista y pianista de acompañamiento en distintos grupos, incluida la banda de la sin par Jenny Lewis, otra buena pieza de la que nos tocara hablar cualquier día de estos.

Las crónicas, verdaderas o falsas nunca se sabe, aseguran que este disco llevaba grabado desde 2012 y que Natalie tuvo que esperar dos años para que se lo publicaran porque antes Spacebomb lanzo ‘Big Inner’, el muy alabado disco de su compinche y productor Matthew E. White.

El dinero necesario para completar ese lanzamiento retrasó la salida del álbum de Prass. Por fortuna, parece que ahora, esta interesante casa de discos va a dejar de tener problemas de liquidez. Sobre todo si sigue la racha.

Otros cotilleos, siempre indispensables a la hora de forjar las leyendas, aseguran que los dolientes textos de este disco, que podríamos encuadrar en la categoría de la crónica de una ruptura sentimental, se relacionan con el fin de la relación que Natalie mantuvo con el guitarrista Kyle Ryan Hurlbut, que incluso le ha ayudado a componer alguna de las canciones del disco.

Lo cierto es que eso es lo de menos, por mucho que a la afición le suela encantar poner cara y ojos a los protagonistas de las tragedias sentimentales. Y ya se sabe que en los tiempos que corren todo el marketing es poco para conseguir un éxito.

Sean o no autobiográficas, la verdad es que estas nueve canciones son maravillosas. Sin paliativos. Una sobredosis de melancolía en vena que, a base de explosiones sentimentales, consigue hacerte aflorar una sonrisa en los labios.

Violines, trompetas y un ambiente dulce y sosegado en el que se hubieran desenvuelto como pescadillas en el agua divas de siempre como Barbra Streissand o Diana Ross. Un mundo en el que, sin embargo, no parecen encajar demasiado bien las estrellas femeninas del momento, como Beyonce, Niki Minaj o Milley Cyrus, más explicitas que sugerentes.

Pero todo se andará y si no al tiempo. De aquí a poco vamos a ver a estas muchachas enfundadas en fascinantes trajes de noche y mucho más tapaditas que de costumbre. Claro que para conseguir algo como esto harán falta, además, unas cuantas canciones del calibre de, por ejemplo, ‘Your Fool’ mi tema favorito del disco por el momento.

Y no señor, no les voy a dar más pistas para no privarles del placer de descubrir por si mismos estas nueve canciones, estos 39 minutos de música fastuosa que Natalie Prass les brinda y que pueden devolverles la fe y hacerles comprender de una maldita vez que sí, que las nuevas generaciones están componiendo y grabando mucha música maravillosa.

Lo malo, es que muchos de ustedes, los veteranos como yo, insisten en perdérsela aferrados a sus ‘playlists’ de esas décadas pasadas que sólo recuerdan porque eran más jóvenes e ingenuos y ligaban más. Yo les recomiendo que se deshagan de la nostalgia de una vez para siempre y cojan este tren que acaba de salir. Les va a llevar a un destino paradisíaco. No lo duden.

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