Como el día no está bueno para morirse…

Desde el malecón

Como el día no está bueno para morirse…

Morirse en cualquier lugar del mundo siempre ha sido un problema. En Cuba, tiene sus peculiaridades.

Si como bien sostiene un personaje de Cien Años de Soledad, esa magistral obra de Gabriel García Márquez, “uno no se muere cuando quiere sino cuando puede”, el candidato a difunto debería reconocer que no son los mejores tiempos para morirse ahora mismo en Cuba.

Y si el siempre lamentable deceso ocurrió en esos días de devastador huracán atmosférico y  su primo hermano el de generación de electricidad más otros males acompañantes, entonces estaremos frente a vivencias dignas del surrealismo más inimaginable.

Para ir calmando ánimos, si alguien piensa que exagero porque una voz afeminada me lo ha contado, pongo mi mano sobre una biblia y aclaro, como en ciertos filmes, que la historia está basada en hechos reales, vividos en carne propia.

Luego de la visita del médico de la familia, con algo de luz solar en la habitación, vino el certifico de defunción a presentar en la funeraria y aguardar por que técnicos de servicios necrológicos fuesen en busca del cadáver. Un proceso que, por conocidos motivos de logística, oscilaría en unas 4-5 horas.

Bien cerrada la noche llegaron los dos especialistas. Con marcados aires doctorales, el de mayor de edad y se supone que con más experiencia, comenzó una minuciosa revisión del cuerpo gracias a la luz de mi celular. Sólo dos motivos se me ocurren ante tanta perseverancia. Uno, hacerse el importante, el imprescindible. Dos, confirmar lo que ya un profesional había dictaminado y no llevarse un vivo a un funeral que no le correspondía porque comprobó hasta que no respiraba.

La funeraria, a media máquina por problemas internos. Cerradas las capillas y la necesidad de presentarse en la mañana para el traslado hacia el camposanto.

A las 8 am del nuevo día, un empleado en estilo superior al Actors Studio, ofrece las condolencias en palabras y gestos. Pregunta si por última vez deseamos ver al familiar. Respondemos que sí.

-Síganme, por favor. Cuidado con la escalera, que no hay luz y yo no tengo linterna.

El hombre camina entre varios ataúdes. Se detiene al costado de uno que sobre la tapa lleva la dirección del fallecido, pide permiso y la levanta. No es el nuestro. Insiste que sí. Se le demuestra que no. Entonces se disculpa. Camina unos metros más y encuentra el correspondiente.

-Es que perdí los espejuelos.

Sale el cortejo. Un solo vehículo detrás del coche improvisado como funerario con un cartel en la puerta del conductor que advierte “Donación del pueblo de Japón”. Hijos, nietos y bisnietos todos en el exterior.

Lo demás, el recorrido al camposanto, la recepción de la documentación, los oficios del cura párroco y el trabajo de la cuadrilla de sepultureros funcionaron como mecanismo perfecto de relojería para final alivio entre tantos momentos desagradables.

Colocada la lápida aumentan entonces los recuerdos. Entre ellos, aquella orquesta de los 80s nombrada La Monumental con su cantante Ricardito. Cuba siempre tan musical aún en medio de las dificultades y ese estribillo que hizo historia:

-Como el día no está bueno para morirse/ voy a buscar/ otro día mejor.

Razón lo dicho por el coronel Buendía en Cien Años de Soledad. Morirse en cualquier lugar del mundo siempre ha sido un problema. En Cuba, tiene sus peculiaridades.

Más información