Manuela Carmena desactiva al PP

Detrás de la cortina

Manuela Carmena desactiva al PP

La alcaldesa elude las trampas ideológicas del 'aguirrismo'.

Manuela Carmena

Puede que de un tiempo a esta parte, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, haya perdido, aparentemente, algunos apoyos entre sus correligionarios. Incluso habrá quien afile la punta del lápiz para escribir allá donde sus acólitos puedan leer, que la antigua jueza metida en política pasa un momento difícil, por la debilidad de sus apoyos y la fragmentación que, una y otra vez, muestra el grupo municipal de Ahora Madrid, cada vez más dividido e ingobernable y quizá con los días contados. Y, dada la habitual tendencia ‘cainita’ que muestran las opciones progresista, el individualismo y la pesada carga que supone el leninismo mental para muchas de las formaciones que se autodenominan de izquierdas, no es posible asegurar que los últimos acontecimientos no tengan un final inesperado y trágico para la actual dueña del bastón de mando de la Villa y Corte. Pero incluso si así fuera, los riegos que Carmena ha decidido correr en los últimos tiempos pueden merecer la pena. Y no sólo para ella.

Hay un antes y un después del golpe en la mesa que ha decidido dar la alcaldesa. Y quizá la factura más cuantiosa de esta fiesta le toque pagarla al PP. Al viejo PP de Esperanza Aguirre y al nuevo, y aún no suficientemente reconvertido PP de Cristina Cifuentes. Aunque los chicos y chicas de Ciudadanos tampoco van a salir indemnes de la actual refriega. Con su estrategia de ahogar los gestos izquierdista y, en mi opinión trasnochados, de algunos concejales de Ahora Madrid, que optan por seguir con el juego de esconderse detrás de los símbolos para que no se note la escasa utilidad práctica de sus decisiones políticas, Carmena ha dejado sin argumentos a esos opositores perezosos acostumbrados a señalar el radicalismo del actual equipo de Gobierno como coartada perfecta para esconder su propia ineficacia y las tropelías históricas cometidas por las administraciones populares en la Alcaldía y la Comunidad de Madrid, en una etapa que se extendió a lo largo de dos décadas.

Se acabó. Ya no le va a ser posible ni a Percival Manglano ni a ningún otro concejal ‘aguirrista’, usar como oportuna bomba de humo los típicos asuntos que siempre ha utilizado, desde Venezuela a las conexiones entre la CUP y el entorno de ETA, pasando por la dignidad de las víctimas del terrorismo, a quienes la Audiencia Nacional,acaba de hacer un flaco favor con la sentencia emitida en el caso de la ‘tuitera’ irrespetuosa con el almirante Carrero Blanco. La actitud de Carmena al aceptar los órdagos y votar en conciencia cada vez que el PP intenta hacerla caer en una de estas trampas está dejando sin munición a un grupo municipal en el que se integran algunas de las figuras más notables del equipo que tenía Esperanza Aguirre en aquellos maravillosos años en que la Púnica, la Gürtel y otras presuntas tramas investigadas ahora por la justicia, supuestamente habían secuestrado las instituciones madrileñas para convertirlas en una manada de vacas que ordeñar hasta extraer de sus ubres la última gota disponible de dinero público.

La decisión de Carmena de terminar con el festín periódico con el que los populares solían ponerse las botas a costa del equipo de Gobierno del Ayuntamiento cada vez que la actualidad se concentraba en el poco honroso pasado de los antiguos lideres de la derecha madrileña, puede tener alguna que otra consecuencia inesperada, ya digo. Pero no debería. Es saludable que en este tipo de votaciones, sin importancia ninguna a efectos prácticos, cada concejal vote según su propio criterio. Y también que, cuando llegue la hora de tomar decisiones relevantes, que afecten de verdad al bienestar de la ciudadanía, se opte por las mejores opciones y, en caso de duda, se procure cumplir con el programa electoral, puesto que este es el auténtico contrato que liga a un partido, una coalición, o cualquier movimiento político con sus votantes.

No le conviene en absoluto a Ahora Madrid, esconder la impotencia con gestos de cara a la galería, copiando así, por cierto, el comportamiento habitual de sus rivales políticos. Dos años después de una victoria que nos ilusionó a muchos no se puede seguir confiando sólo en el uso de la crispación y los símbolos tribales como argumento. Hay que empezar a presentar resultados y atreverse a reconocer los errores que se cometieron porque es el mejor antídoto contra la ineficacia que existe. De ahí que aun tenga más valor en gesto de Manuela Carmena, por lo mucho que se expone con sus últimas decisiones ante el fuego enemigo y el posible fuego amigo que también puede acecharle en los próximos días. Más aún si, como algunos dicen, resulta ser cierto, que la actual alcaldesa no tiene ninguna intención de volver a presentarse, porque incluso con el riesgo de ser considerada un ‘pato cojo’ por sus propios partidarios parece haber decidido actuar según su conciencia y las convicciones políticas que la motivaron para aceptar la oferta de aquel incipiente movimiento ciudadano que estaba prácticamente en mantillas cuando ella se convirtió en su principal baza electoral y consiguió que después de más de dos décadas de ‘sequía’ la izquierda volviera a gobernar en el Ayuntamiento de Madrid.

No está, además, Carmena en otros asuntos, como si está su colega Ada Colau, ni parece tener otras ambiciones o pretensiones que desempeñar lo mejor posible la tarea que le ha sido encomendada. Y algo debe estar haciendo bien cuando le surgen detractores tanto por su derecha como por su izquierda. Porque ella, por lo simbólico del puesto que ocupa, y el hecho de haber encabezado una de las pocas listas progresistas surgidas de la pujanza de aquello que dieron en llamar ‘nueva política’ que consiguió llegar al poder, ha soportado más que casi nadie el acoso de los medios, los tertulianos y los columnistas de una derecha enrabietada por haber sido desalojada del poder municipal en Madrid. Un grupo bien organizado que no le concedió ni los tradicionales cien días de cortesía tras su llegada al poder y que empezó a disparar con artillería pesada judicial y otras zarandajas incluso desde antes de que la exjueza fuera investida como alcaldesa.

Pero resistió entonces y todo parece indicar que resistirá también ahora. Ayudada por una estrategia política valiente que quizá ayude a separar de una vez por todas el grano de la paja. Al final dentro de dos años, cuando llegue la hora de hacer balance, tal vez, Carmena, pueda sentirse satisfecha de lo conseguido. O quizá no. Sin embargo, lo que ya nadie podrá negar es que la alcaldesa ha actuado siempre, según los dictados de su conciencia y manteniendo, por encima de todo, la fidelidad a unos principios sólidos y perfectamente definidos. Incluso, aunque para conseguirlo haya tenido que enfrentarse a sus propios concejales. Un grupo heterogéneo, como corresponde a su origen, en el que conviven sensibilidades muy distintas, pero que al que nadie, o casi nadie, votó para que tomaran decisiones relacionadas con lo que pasa en Venezuela, Atenas o Barcelona.

Consiguieron la confianza de muchos madrileños porque prometieron que iban a gobernar de otra manera y que era posible terminar de una vez por todas con la pesadilla del ‘aguirrismo’, el ‘gallardonismo’, el ‘aznarismo’ y los presuntos ‘trincolaris’ de su corte de los milagros. Unos tipos tan unidos, por cierto, que, presuntamente, hasta parece que llegaron a espiarse los unos a los otros, utilizando medios y dinero público para hacerlo. Pues bien, con sus últimas decisiones, Manuela Carmena, ha demostrado que sí. Que las cosas se podían hacer de otra manera y que se merecía la confianza que sus votantes depositaron en ella. Ahora solo hace falta que, además, empiecen a aflorar los logros de una gestión complicada, hipotecada por las decisiones dudosas de las admistraciones pasadas y el peso de la inmensa deuda que los alcaldes del PP dejaron como legado para todos los madrileños. Si también lo consigue, podrá retirarse tranquila. Dentro de dos años o cuando quiera.

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