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Cantan pocos y temerarios gallos en La Habana

Gallo

Gallo

Vamos, que como para no perder esa costumbre ancestral de sus predecesores rurales o tal vez por mantener el llamado reloj biológico en plena urbe capitalina.

Como quiera que se mire, no se trata de ese aviso nocturno del de la roja cresta, que vocifera ser el dueño y señor de un patio con varias gallinas ni mucho menos la llegada del amanecer, sino más bien una señal de que por algún lugar parecido o convertido a la fuerza en un gallinero, hay un sobreviviente.

Se llama Cuco y tiene tres perros de raza no definida como guardaespaldas.

Una actitud que cualquier veterinario, especializado en psicología animal, podría certificar que se trata de un acto de pura auto estima o extremo valor como individuo por lo letal que pudiera resultar un “kikiriki” en La Habana de estos tiempos.

Los gallos han dejado de sorprender a los turistas que se alojan en casas particulares en barrios residenciales u otros ampliamente poblados. Hace cierto tiempo, me gustaba tirar de la lengua de un amigo español al que disfrutaba preguntarle cómo había dormido, que qué tal noche, nada más que para escuchar su respuesta diaria, inalterable:

-Ese puto gallo no ha cesado de cantar a toda hora.

Los que subestiman a los animales podrán estar en total desacuerdo, pero a estas alturas de la película, no dudo de que algunos de estos bípedos opten por callarse y, como buenos guerreros, decidan cerrar el pico para no indicarle la posición al enemigo y no perecer en un campo de batalla en fatigada lidia amorosa, sino a modo de sopa en una cazuela vecina.

Y es que todavía los hay que piensan si en la olla va la cresta, eso aumenta la virilidad de los comensales, además de tributar energías para enfrentar el día a día y no perder el necesario sueño durante la noche por preocupaciones a diestra y siniestra.

Cuco se está jugando la vida a cara o cruz a pesar de su abnegado equipo de seguridad.

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