Muy amargos, a veces indescriptibles e imperecederos los recuerdos de una conflagración armada. Y lo peor, que muchas de esas malas costumbres de trinchera se van a casa con los ex combatientes.
Veo las controversias de este nuevo y peligroso conflicto en tierras europeas. No puedo menos que volver a sentir esa rara frialdad por todo el cuerpo. Y no de miedo, que conste, sino de pena por contendientes y población civil.
¿Los partes de guerra? Ensaladas de mentiras y trucos verbales por ambos bandos para confundir a los propios actores y espectadores. Así fueron, son y serán los tales partes. Un teatro que requiere casco protector para todos además de un chaleco anti farsas.
Una amiga nos recordaba en estos días en FB a León Gieco en Sólo le pido a Dios: “Es un monstruo grande y pisa fuerte”.
Rematando, para emplear lenguaje de ocasión, lo dicho por alguien con toda razón: “Sólo los heridos de muerte presienten el final de una guerra”.
Y me gustaría agregar otra estampa del argentino Gieco: “Desahuciado está el que tiene que marchar a vivir una cultura diferente”. Por obra y gracia lo mismo de la guerra que de la aparente paz.
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