Barnier, el negociador del Brexit, se confiesa

Barnier, el negociador del Brexit, se confiesa

Cuatro veces ministro en Francia, dos veces comisario europeo en Bruselas, ha dirigido con mano firme y elegancia la salida del Reino Unido de la UE

Michel Barnier, negociador de la UE para el Brexit

Michel Barnier

Los británicos intentaron todas las fórmulas posibles para desunir y dividir a los 27 países integrantes de la Unión Europea (UE) durante la negociación para su salida sin lograrlo jamás. A los quince días del referéndum que ratificó el Brexit, Jean Claude Juncker, entonces presidente de la Comisión, encargó a Michel Barnier que condujera en nombre de la UE las negociaciones. Tras cuatro años y medio de idas y venidas, y dos primeros ministros diferentes en Londres, logró primero un acuerdo para la salida y después, en Nochebuena del año pasado, al límite, otro para la relación comercial entre ambas partes.

Barnier, que cumplió 70 años en enero, ha publicado esta semana en Francia “Diario secreto del Brexit” donde ajusta las cuentas con ese período intenso que él llevó con mano firme del primer al último día. Y sin que, en todo ese tiempo, se debilitara la posición europea, más vulnerable que la británica puesto que tenía que agrupar las opiniones de 27 gobiernos. Su estilo elegante y comedido, su visión a largo plazo, su capacidad de resistencia ante las idas y venidas de la otra parte le han reportado un gran prestigio en la UE, pero seguramente no el suficiente para su gran aspiración: presentarse a las elecciones presidenciales de su país el año próximo.

Natural de Isére, en los Alpes, una de las zonas más hermosas de un país de por sí precioso, lleva casi 50 años en la actividad política (4 veces ministro y 2 comisario europeo con gobiernos conservadores, además de muchos años como parlamentario). Estos días hay quien lo compara con Joe Biden y, en cierto modo, tienen una carrera política igual de larga y sin apenas mancha. Fue organizador junto a su gran amigo el esquiador Jean Claude Killy de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1992 en Albertville, cerca de su lugar de origen. Admirador primero del socialista Jean Jaurés y después seguidor del general De Gaulle, ha declarado que ha seguido al pie de la letra el consejo de su madre (cristiana social de izquierda, feminista, comprometida) que le pidió “no ser nunca sectario”. Su padre, por el contrario, procedía de una familia republicana anticlerical.

NEGOCIACIONES EMBARAZOSAS

Este gentleman -que bien podría pasar por un diplomático británico por su buen estilo- tuvo que enfrentarse a todas las argucias esgrimidas por los representantes del gobierno conservador de Londres para alargar, confundir, desvirtuar, enrevesar y complicar tanto el acuerdo de salida como el comercial. Varias veces, una vez alcanzados compromisos sobre materias concretas, los negociadores británicos se volvieron atrás en el último momento o se desdijeron después. Su versión intenta confirmar que Bruselas no se dejó engatusar por Theresa May ni por Boris Johnson y que todos los intentos de puentear al negociador jefe con otras autoridades comunitarias resultaron baldíos. Cada vez que Barnier rendía cuentas de las negociaciones ante cualquier institución europea, su autoridad estaba fuera de duda. Este periodista fue testigo de cómo en varias de esas comparecencias los asistentes, diputados o representantes de los países, acababan tributando un cerrado aplauso al negociador por encima de las barreras ideológicas. Efectivamente Barnier no ha sido sectario en ningún momento.

Ahora, en el momento del análisis, Barnier ha declarado esta semana que probablemente el origen del Brexit esté en “el sentimiento de que Europa, sus gobiernos y sus instituciones no responden a las preocupaciones legítimas de la gente. La cólera contra una UE que no les protege de las derivas de la mundialización. Una Europa demasiado liberal y desregulatoria que no ha sabido ver las consecuencias sociales y medioambientales de esa práctica”. Pero luego se adentra en otros terrenos. Por ejemplo, señala directamente a la prensa amarilla británica que “hace negocio cotidiano” con argumentos simplistas y falsas historias de la UE, a la que denigran normalmente. De hecho, Johnson fue maestro consumado, cuando era corresponsal en Bruselas, de esas mentiras sobre las decisiones comunitarias que tanto parecen cautivar a los británicos. Y Juncker declaró al dejar la presidencia de la Comisión que su gran error fue no combatir esas mentiras propagadas por los medios británicos antes del referéndum.

En el libro Barnier relata con detalle que durante esos cuatro años y medio hubo humillaciones, amenazas, mezquindades -también del lado de la UE-, propuestas tramposas, falsos compromisos, etc. Pero al final se alcanzaron acuerdos sin que Bruselas se saltara ninguna de las líneas rojas que se había propuesto al principio de la negociación.

NO ROTUNDO A LE PEN

La publicación le ha servido para volver al primer plano de la política en Francia, pero los expertos consideran que no tiene el tirón suficiente para ser candidato presidencial. En su país no se le ve como el salvador de Europa. Hasta el otoño no decidirá si se lanza a esa batalla dentro de Los Republicanos, el partido conservador heredero del gaullismo al que estos días intenta fagocitar el actual presidente y seguro candidato, Emmanuel Macron. Si se presenta lo hará en parte por lo que considera su peor pesadilla: ver a Marine Le Pen como presidenta en el Elíseo.

Este europeísta sobrio, moderado y con un toque ecologista cree que tiene la experiencia suficiente para intentar ese salto. Está en las antípodas del conservadurismo español. Jamás descalifica, no practica el juego sucio, pone coto a la ultraderecha, pero se entiende bien con otros grupos democráticos de derecha, centro e izquierda. Pero en Francia, como ocurre en España, los candidatos razonables no tienen cabida. Una experta politóloga francesa, Véronique Reille-Soult, lo define muy bien: “Los militantes y simpatizantes de derecha buscan un candidato mientras que los de izquierdas buscan una idea”. Y no parece que Barnier, pese a los impecables servicios prestados a Francia y a Europa estos años, resuelva ese jeroglífico.

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