¿A quién avisar?

Cuba

¿A quién avisar?

"Soy católico. En caso de accidente llamar a un sacerdote”. La respuesta no tardó mucho. Apareció otra con idéntico diseño aclarando “Soy revolucionario. En caso de accidente llamar a un médico”.

Estetoscopio
Estetoscopio

Allá por los años 50 del siglo pasado, última década del capitalismo en Cuba para los que aún no se han enterado, usted compraba una billetera sin importar la calidad que tuviera y dentro de ella venía una suerte de cartoncito impreso para rellenar con el nombre, la dirección, el teléfono y a quién llamar en caso de accidente o urgencia. A veces, el grupo sanguíneo, aunque para ese entonces la gente no lo tenía muy claro y lo dejaba en blanco.

En realidad, había que pensarlo muy bien porque familia y allegados sobraban para ser incluidos. Ese importante detalle de señalar al más cercano que debía recibir la mala nueva era común también en planillas o documentos de la época.

Eran los años en que los carteristas tenían un poco más de educación o ética que los actuales. Generalmente te robaban, sacaban el dinero y depositaban la cartera o billetera en un buzón de correos para que luego un trabajador postal te comunicara que fueses en busca de los carnés, fotos y alguna que otra estampita de la virgen o santo de preferencia.

Triunfó la revolución en 1959 y por varios años se mantuvo en pie esa sana advertencia hasta que con el tiempo fue desapareciendo tal requerimiento excepto el que debe ser registrado poco antes de entrar al quirófano o ingresar a un hospital. Apareció entonces un poco más tarde el Carné de Identidad junto a la obligatoriedad de portarlo.

Si de avisos se trataba, algunos ancianos de hoy recordarán aquel confrontamiento inicial con la iglesia católica. Los que profesaban esa religión, que no eran pocos, colocaban en algún cristal del vehículo una calcomanía que advertía “Soy católico. En caso de accidente llamar a un sacerdote”. La respuesta no tardó mucho. Apareció otra con idéntico diseño aclarando “Soy revolucionario. En caso de accidente llamar a un médico”.

Sobre ese particular y algo más de esa década tan rica y convulsa de acontecimientos, he conversado con un amigo contempóraneo. De numerosa familia hoy desperdigada por todos los continentes, se ha quedado solo en la isla. Y no es un caso aislado. Abundan de punta a cabo.

-No tengo a quién avisar. Si me haces ese favor, puedo dar tu nombre -me suplicó.

-Anotaré también el tuyo -le respondí.

Parece ser que no estamos tan solos.

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