La incierta suerte de tener una isla en España

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La incierta suerte de tener una isla en España

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No son millonarios con yates y helicópteros sino familias de clase media que han heredado el territorio, como quien hereda una finca en la península. Son pocos los que pueden decirse dueños de una isla en territorio español, pero decenas de familias conservan todavía antiguas propiedades que en algunos casos no se pueden disfrutar por ser territorios protegidos, ni mucho menos explotar económicamente.
 
Así, la imagen de estos dueños de islas está lejos de lo que la imaginación puede sugerir. No son millonarios con yates y helicópteros sino familias de clase media que han heredado el territorio, como quien hereda una finca en la península.
 
«Muchas personas creen que no puede ser que una persona tenga privadamente una isla», cuenta a dpa Víctor Jordán, uno de los propietarios de la isla de Alegranza, en el Parque Natural del Archipiélago Chinijo, en las islas Canarias. «Al fin y al cabo es una finca rústica como otra cualquiera, pero rodeada de mar», dice.
 
Salvo una pequeña parte pública en la que hay un faro, la mayoría de los diez kilómetros cuadrados de la misma pertenecen a los descendientes de la familia Jordán pero no pueden hacer ningún tipo de explotación porque es un territorio protegido.
 
Alegranza, que se encuentra a unos 45 minutos en barco del puerto más cercano, en el municipio de Teguise, fue adquirida en los años cuarenta por su abuelo, Manuel Jordán, y sus hermanos. El padre de estos era farero y ellos habían vivido de niños allí, por lo que decidieron comprarla varias décadas después.
 
En la isla solo hay una casa principal de unos 340 metros cuadrados. Además, hay unas cuantas viejas edificaciones que utilizaban los antiguos cosecheros, ya que antes Alegranza era un territorio agrícola.
 
Pese a que la familia Jordán ha disfrutado en los últimos años de la finca, Víctor Jordán explica que han mantenido numerosos litigios por diversos problemas y la opinión mayoritaria de la familia es la de desprenderse de la misma. Lo que desean es que la isla sea patrimonio público, que el Gobierno de Canarias la compre o la expropie. «Es una oportunidad para preservarla», apunta.
 
«En el fondo es más una carga que un disfrute. Para mantener una vivienda en esa isla y la infraestructura necesaria para pasar allí temporadas tendríamos que tener una fuente de ingresos en ella y no la tenemos porque todo está prohibido», explica.
 
En Alegranza todas las actividades económicas están prohibidas y, por ejemplo, han tardado casi cinco años en conseguir los permisos para arreglar la casa, que estaba muy deteriorada por el paso del tiempo.
 
Además hay otra parte negativa, la «imposibilidad de controlar el acceso por mar», pues no son capaces de evitar que haya gente que visite la isla ilegalmente o que practique la pesca furtiva.
 
Aunque en las Canarias la mayoría de las islas pertenecen al Gobierno, en las Baleares hay varias que son privadas. Algunas pertenecen a multimillonarios como el alemán Matthias Kühn, dueño de Tagomago, o el arquitecto catalán Norman Cinnamond, dueño de S’Espalmador. Este último está intentando llegar a un acuerdo con el Gobierno balear para vender la isla, ante su imposibilidad de protegerla.
 
Pero curiosamente, uno de los lugares más míticos y observados desde la isla de Ibiza es privado: el monañoso islote de Es Vedrá. Pertenece a un grupo de personas conocidas como vedraners, vecinos de Ibiza que heredaron la isla de sus antepasados.
 
Pep Ferrer es hijo de una de las propietarias del islote mágico, lleno de mitología y de historias ancestrales. «Es curioso tener una isla, pero es algo que va más alla, es algo muy especial, no es cuestión de fardar sino que es algo que nos lo tomamos con humildad», cuenta.
 
Es Vedrá se hizo popular el año pasado por una polémica que se desató porque el Gobierno balear decidio exterminar a tiros a las cabras que vivían en la isla. Habían sido llevadas por los vedraners desde tiempos antiguos pero ahora, presuntamente, suponían un peligro para otras especies. Fue una decisión muy criticada por las asociaciones de animalistas y los propios vedraners.
 
Ferrer explicó a dpa que la propiedad viene de muchos años atrás. Su bisabuelo compró su parte en el siglo XIX, entre varias personas. «El hombre siempre ha intentado sacar beneficio de cualquier cosa y en este caso era un corral natural» donde dejaban animales. Especialmente cabras, que son los animales que mejor se adaptan a la orografía montañosa del lugar.
 
De ahí nació una tradición que se practicó durante décadas, la de ir a la isla dos veces al año para buscar varias cabras, llevárselas y comérselas en Ibiza. «Durante estos siglos se ha usado para eso, entre tradición y necesidad. Cuando no había turismo, era una riqueza poder tener animales para sobrevivir», cuenta.
 
Es Vedrá es hoy una isla dividida en doce partes «indivisas» donde «todo es de todos» y «cada familia tiene una parte». En total son unos 20 o 25 los propietarios, personas que la han heredado de sus antepasados. Pero tampoco se puede hacer nada en ella, ni por ley ni por su montañosa orografía. «Es algo que pasa de generación en generación. Es algo romántico tener un trozo de islote de Es Vedrá».
 
Como propietarios, explica, tienen derecho a visitar la isla aunque «si viniese la patrulla me diría que ahí no puedo estar porque tampoco tenemos ningún carné de propietarios y la ley dice que no se puede pisar porque es un parque natural protegido», agrega.
 
A los vedraners, asegura Ferrer, también les gustaría que la isla les fuera comprada por el Gobierno, pero duda que esto vaya a producirse porque las autoridades no tienen ninguna necesidad.

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