‘Lo Nuestro’, un disco de Christina Rosenvinge

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‘Lo Nuestro’, un disco de Christina Rosenvinge

Lo Nuestro, un disco de Christina Rosenvinge

La cantautora madrileña presenta un disco de nuevas canciones tras cuatro año de silencio. ‘Romanticismo industrial’. O algo parecido. Esa es la etiqueta que Christina Rosenvinge parece haber elegido como resumen del contenido de ‘Lo Nuestro’, su flamante disco de canciones nuevas. Un álbum que, como siempre pasa desde hace más o menos una década, ha contado en su lanzamiento con los elogios más encencidos de la crítica musical ‘moderna’.

Así están las cosas. Los mejores escritores de esta generación de plumillas especializados que habitan ahora en el ecosistema de los medios de comunicación se han conjurado para hablar bien del regreso de la artista tras cuatro años sin ofrecer material nuevo. ‘Lo Nuestro’ es, según ellos, una ‘reinvención’, la enésima vuelta de tuerca, una maravillosa prueba de amor por el riesgo, de valor para lanzarse sin red desde las alturas y no sé cuantas cosas más.

Ya ven. Es como sí estos alegres muchachos del ‘indie’ patrio, que ya se acercan con peligro a la cuarentena, hubieran adoptado a esta artista veterana a la que parecen considerar una especie de ‘tía’ moderna, adelantada a su tiempo que, a pesar de la diferencia de edad, emite en su misma onda. Por eso, desde siempre, le han brindado su apoyo y han considerado que formaba parte de su selecto club. De ese grupo que marcan las tendencias.

Y lo hacen, incluso, obviando algunas adorables deficiencias de la manera de componer de esta artista. Rasgos de identidad que, lo sentimos, acercan peligrosamente a Rosenvinge al pecado original de haber sido joven en la década de los ochenta y haber coqueteado con las grandes estructuras industriales de aquella época prodigiosa. Casi nada.

Aún así, Rosenvinge se ha ganado a pulso lo que tiene. Se lo merece de verdad. No ha caído, por ejemplo, en la tentación de convertirse en una parodia de si misma, como otras artistas de su generación, ni se ha limitado a integrarse en los circuitos de la nostalgia, explotando y poniendo a prueba la permanencia en el imaginario colectivo de sus grandes éxitos.

Sólo por eso, ya habría que alegrarse de la aparición de un disco como este. Un álbum en que algunos tipos ‘talluditos’ como el que escribe estas líneas hemos encontrado el rastro de una buena amiga tarambana a la que jamás hemos perdido del todo la pista. Aunque, últimamente, nos saliera más a cuenta mantener ciertas distancias con su obra.

Sucede que Rosenvinge y su discurso tienen algunas características que a mi me resultan cargantes. Me pasa lo mismo, por ejemplo, con otros grandes teóricos de la música moderna como Santiago Auserón. Me sobran, los aires ‘intelectualoides’ que acompañan cada nuevo lanzamiento. Las listas de influencias, las referencias ‘culturetas’ y toda la parafernalia cerebral que suele acompañar la promoción de sus lanzamientos.

Me perdí, por ejemplo, durante toda su época neoyorquina. No conecté en absoluto con todas aquellas canciones en inglés, tan artísticas y elevadas. Y me paso Lo mismo que sus coqueteos con el ‘ruidismo’ a lo Sonic Youth. Grupo que tengo por sobrevalorado y con más imagen que sustancia. Aunque, alguna que otra vez, haya disfrutado puntualmente con su música.

Pero debo reconocer y reconozco que incluso en aquella época Christina fue capaz de demostrar su poderío. Es absolutamente envidiable la capacidad de esta mujer para estar siempre a la última. Para saber por donde se mueven las modas de la última vanguardia y en que punto va a producirse esa intersección que permite convertir el arte en un producto rentable y comercial, el punto donde lo sublime converge con el comercio. Y ha sabido hacer siempre lo que le ha dado la gana y esquivar la trampa del éxito cuando el camino iba a pasar por lugares poco convenientes para lo que pretendía.

Además, esta chica sabe hacer canciones. Muy bien. Es verdad que algunos textos parezcan escritos en un viejo cuaderno de anillas y hojas cuadriculadas, como las redacciones de segundo de BUP. Pero esto es pop compañeros no poesía. Y las letras forman parte de un conjunto indisoluble en el que esos versos, algo ingenuos, funcionan perfectamente.

Así que voy a ahorrarles los listados habituales, las menciones a la influencias de Peaches o Yoko Ono y hasta la, para mí, inútil polémica, sobre si es a ella o al productor del disco, Raúl Rodríguez ‘Refree’,a quien hay que concederle el crédito de los aciertos sonoros de un trabajo, a veces frío y siempre apasionado. Romanticismo industrial, ya les he dicho.

Les juro que me da lo mismo que Christina haya usado una ‘tablet’ o un pandero de Peña Parda para componer esa maravilla que es ‘Romeo y los Demás’, mi canción favorita del disco por el momento. Ese no es mi problema. A mi lo que me toca, amigos, es pasármelo bien con la música que me ofrecen que para eso forma parte del público soberano, oiga usted.

Y debo decirles que, en este caso, he encontrado muchos motivos para pasarlo bien a lo largo de estos 39 minutos de música, de estas 10 canciones. Además, estoy seguro de que a ustedes les va a pasar lo mismo. Este es un disco bonito, emotivo, con melodías memorables y que hasta se puede tararear. Y, encima, no necesito pensar que alguna vez fui joven y feliz, ni sumergirme en la nostalgia o la melancolía, para poder disfrutar con la nueva música de una vieja amiga, cuyas canciones me han acompañado muchos años. Ahora sé que lo seguirán haciendo, porque Christina Rosenvinge está en forma. Ojalá le dure.

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