Opinión

Un polvorín flotante y el submarino soviético negado a protegernos

Éramos tan bisoños, soñadores, aventureros y también convencidos de que lo que hacíamos era justo, que valía la pena jugarse la vida en una guerra que hasta desconocíamos quiénes eran los aliados y quiénes los enemigos.

No faltaron los que muy tarde, ya en mar abierto del Atlántico, se preguntaron qué diablos hacían involucrados en esa voluntaria empresa y al llegar a puerto angolano ya iban en calidad de retenidos o aislados en el pañol del buque con el objetivo de no “contaminar” a otros.

Poco menos que hacinados viajábamos en las bodegas del Topaz. Las necesidades fisiológicas o el acto de fumar un cigarrillo debían ser en popa ante la mirada de un oficial de carrera que mantuviera el orden tanto de consumir un solo cigarrillo como el de afilar la puntería y que el bólido fecal fuese directamente al mar.

Jóvenes de pies a cabeza no faltaban las bromas. Así, al cuarto o quinto día de travesía, Fernando tuvo que acudir al camarote del doctor Gallo por un dolor de muelas. Al regresar y bajar por las improvisadas escaleras de madera lo hacía gritando que traía la última.

-Señores, vaya discusión la del capitán del submarino escolta y el del Topaz -guardó silencio y luego prosiguió-. Se niega a protegernos y ha dicho que regresa a Moscú porque la tripulación está amotinada. Ahora sí que nos hemos jodido.

Lo suficiente para  que alguien picara el anzuelo y saltara  preguntando qué había sucedido.

A Fernando Fernández nunca le faltó el buen humor hasta en los momentos de mayor peligro o angustia.

-Pues resulta que de tanto cagar, ustedes han tupido el periscopio del submarino que viene detrás. Los marineros se niegan a limpiarlo cada cinco minutos…

Ya en tierra, sofocado el intento de Golpe de Estado al presidente Neto, el político de la batería me encomendó la lectura de una novela búlgara como parte de la preparación ideológica de la tropa que trataba del movimiento guerrillero en la II GM. Ironías de la vida. Y muchos no regresaron era el título.

Y en efecto, muchos no regresaron vivos a casa.

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Un polvorín flotante y el submarino soviético negado a protegernos

Aurelio Pedroso

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