Opinión

Un coyote más en el camino

Aunque desde el 2008 he pasado algo más de treinta veces por esa terminal aeroportuaria en camino hacia Guatemala o de regreso a Cuba,  jamás he leído o escuchado incidente alguno protagonizado por compatriotas salvo en el abordaje, siempre tenso e inundado de equipajes  en la puerta de salida hacia La Habana, la decisión de las autoridades istmeñas se dice que es para evitar otro relajo como ese de quedarse en la capital centroamericana para iniciar el temerario viaje hacia el imperio gringo.

Un sabio amigo, muy maduro en sus reflexiones, alega que también obedece a esa razón gubernamental de no estar cargando con problemas ajenos a ellos y que deben ser unos cuantos. Algo parecido a ese cartel de La Bodeguita del Medio que reza que cada cual cargue con su tumbao.

Los hay que también han visto la novedad o nueva mala como consecuencia de los vaivenes estadounidenses en cuanto al incumplimiento de los acuerdos migratorios suscritos entre los dos países.

Respeto y hasta comparto en alguna medida todas estas reflexiones y otras que pudieran venir de la gente común, pero tengo otra bien diferente, cuestionable también porque no soy adivino ni superdotado en estos temas.

No hablaré de una mafia, para no ofender el legado de Don Corleone, pero desde la hora en punto en que alguien sale de la isla con el propósito de llegar a tierra estadounidense así tenga que iniciar el Vía Crucis desde la austral Argentina, el negocio de trata humana funciona, generalmente, como un mecanismo de relojería, con conexiones y retaguardia que ya hubiera querido tener el capo de la droga Pablo Escobar.

Un negocio en extremo lucrativo y no ausente de riesgos mortales no tanto para sus organizadores internacionales sino para sus participantes.

Entretanto, este fin de semana la sede diplomática semejaba un volcán dormido. Lo de volcán por quienes alegan a lo Pinocho en Managua, que los cubanos viajan a Nicaragua por interés volcánico. A los panameños, más pragmáticos, menos mal no se les ha ocurrido decir que el flujo de cubanos se debe al interés por conocer cómo funcionan las esclusas del canal o que los mexicanos sostengan que el gran flujo es por el interés y estudio de las pirámides.

Panamá, con el único atractivo turístico de promover la compraventa, además de observar en una jornada la vía transoceánica, parece haber descubierto la posibilidad de tomar parte en ese botín y cobrar sólo a los cubanos 50 dólares por un par de horas en sus salones en plan de coyote gubernamental.

Según testimonios de participantes, la cifra de la gran marcha oscila entre los 8.000 y 10.000 dólares. Y los hay que han vendido hasta el techo de sus casas. Del lobo, un pelo habrán pensado en Panamá.

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Un coyote más en el camino

Aurelio Pedroso

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