El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha vuelto a apostar por una política de «America First», esta vez apuntando directamente contra el cine internacional. A través de un comunicado difundido en su red Truth Social, Trump anunció que ha ordenado al Departamento de Comercio y a la oficina del representante comercial de EEUU que inicien de forma inmediata el proceso para gravar con un 100% de aranceles cualquier película producida fuera del país.
«Hollywood, y muchas otras zonas de EEUU, están siendo devastadas», afirmó Trump, al tiempo que culpó a gobiernos extranjeros por ofrecer incentivos a cineastas estadounidenses para producir fuera del país
Según Trump, las ayudas y subvenciones que otros países otorgan a las productoras constituyen una competencia desleal que socava la industria cinematográfica estadounidense. En su declaración, incluso llegó a calificar la situación como una «amenaza a la seguridad nacional», insinuando que muchas películas foráneas actúan como «propaganda».
«Queremos cine hecho en Estados Unidos otra vez», exclamó Trump, parafraseando su conocido eslogan electoral
Esta medida se enmarca dentro de una ampliación de su estrategia arancelaria, que ya en el pasado se dirigió contra productos chinos, automóviles europeos y acero canadiense. Ahora, el foco se desplaza al sector cultural y audiovisual, que históricamente había estado menos expuesto a este tipo de políticas.
Si esta medida entra en vigor, podría tener un fuerte impacto en el mercado internacional del cine. Productoras independientes, festivales internacionales y distribuidores globales podrían verse afectados por los altos costes de acceso al mercado estadounidense, uno de los más rentables del mundo.
Además, muchos analistas anticipan posibles represalias diplomáticas y comerciales por parte de los países productores de cine, como Francia, Corea del Sur o India, con industrias audiovisuales potentes y con fuerte presencia en el mercado estadounidense.
Esta nueva ofensiva arancelaria llega en un momento en que Trump busca reforzar su base política de cara a las elecciones de 2026, presentándose como el defensor de la industria y los empleos estadounidenses. La cultura, en este sentido, vuelve a convertirse en un campo de batalla ideológico y económico, con la industria del entretenimiento como protagonista.
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