La necrópolis de Cristóbal Colón en La Habana.
El primero de ellos por ahorcamiento, a cien metros de casa y a escasos veinte de la sede municipal del partido comunista en el municipio capitalino de Playa.
El segundo, de mayor connotación y replicado en las redes sociales, del doctor Néstor Manuel Pérez Lache, especialista neurológico de alto prestigio, maestro de varias generaciones, que se lanzó del pequeño puente capitalino de Santa Catalina y Vento, municipio 10 de Octubre.
“Como si en el acto de caer buscara una salida a su realidad”, suscribió en Fb Rickee Estrada, para agregar “dedicado de por vida a salvar mentes” y no alcanzó a la suya propia.
Polémico, contradictorio y con amplísima bibliografía resulta el tema del suicidio. Sin dármelas de conocedor ni estudioso mucho menos, tengo una teoría para el caso: demasiada valentía y en igual dosis, cobardía, sin términos medios son los componentes principales.
Aprovecho el tema, para informar que en Cuba no está aceptada la eutanasia. Ni en los momentos más críticos de aquella crisis bautizada como “período especial” el propio Fidel Castro estaba negado a que fuese aplicada.
Han sido varios los casos de personas mayores con las que he conversado que viven solas y me han manifestado el propósito de suicidarse ante el diluvio de contratiempos con los que malviven, pero, como dice la sentencia, del dicho al hecho hay un buen trecho.
Mi vecino y amigo Levín era uno de ellos. Después de la muerte de su esposa, la crisis de la Covid complicando mucho más las cosas y haber quedado en la más absoluta marginalidad, copas de ron de por medio no cesaba en anunciar su autoeliminación.
Siempre tuve la corazonada que nunca lo haría. Por ello, se quedaba sin palabras cuando era el único que le aprobaba el suicidio. Más todavía al sugerirle que cuando lo hiciera desde el tercer piso donde vivíamos no cayese encima de mi auto que parqueaba justo debajo de los balcones.
Levín, aunque no consta en el certificado de defunción, murió de soledad, tristeza y abandono. Nunca de esa manera tan violenta. El forense encontró algo en su corazón. Fue más que suficiente para declararlo cadáver.
La vida me ha enseñado a ser irrespetuoso para con la muerte. Y que conste no milito en ese grupo al que el alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) señalaba que “aquellos que no le temen a la muerte, encuentran placer jugándose la vida”.
Lamento en extremo a los que a cualquier edad toman ese camino. Ojalá algún día esas cifras sean de dominio público. Mientras tanto, no queda de otra que hacerles frente a las contrariedades que tropiezan en nuestro cerebro. A las buenas o a las malas.
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Suicidios anónimos
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