Viñeta
Esta semana el Pleno rechazó la rebaja de la jornada laboral. Ganaron los partidarios del ya si eso y perdieron los que aún creen que productividad y bienestar pueden ir de la mano.
Lo curioso es que muchos de los que desconfían de trabajar menos para vivir mejor llevan años practicando el noble arte de hablar más para decir lo mismo —la economía del aplauso es inagotable—.
El Congreso rechaza la jornada de 37,5 horas mientras millones de españoles siguen perdiendo tardes entre atascos y conciliación imposible
Que nadie se alarme: el mundo no se detuvo, pero a millones de personas se les volvió a escapar media tarde entre atasco, conciliación imposible y una bandeja de entrada que no entiende de infancia ni de siestas.
La experiencia comparada sugiere que el tiempo cuenta distinto cuando se reparte mejor. Menos presencialismo, más cabeza fría; menos heroicidad del correo nocturno, más resultado a la primera. Reducir la jornada no reduce la vida. El debate no es sentimental: es contable. Y también moral. Nadie pide vacaciones eternas; se pide no hipotecar cada tarde del calendario a cambio de una productividad que nunca llega.
Reducir la jornada es devolver tiempo robado al ocio, al afecto y a la siesta
País | Límite legal semanal | Nota |
---|---|---|
España (vigente) | 40 h | Estatuto de los Trabajadores, tope general en cómputo anual |
España (propuesta 2025) | 37,5 h | Iniciativa rechazada esta semana en el Congreso |
Francia | 35 h | Límite legal desde 2000 |
Bélgica | 38 h | Estándar legal en la mayoría de sectores |
La propuesta fue tumbada con los votos en contra de PP, Vox y Junts, partidos que en otros asuntos se enfrentan pero aquí se han mostrado como una sola bancada.
En casi todo discuten, se tiran dardos dialécticos y se acusan de lo peor. Pero para votar en contra de la reducción de jornada sí se ponen de acuerdo. PP, Vox y Junts han coincidido en tumbar la jornada reducida como si compartieran grupo de WhatsApp llamado “No a la jornada”.
Uno casi los imagina intercambiando memes de despertadores y turnos infinitos mientras juran que “trabajar menos es peligroso”.
Para tumbar la jornada de 37,5 horas PP, Vox y Junts se comportaron como viejos amigos con café en mano
Se ha dicho que esto hunde a la pequeña empresa. Puede que lo que hunda a cualquiera sea no ver a sus hijos despiertos entre semana. La conciliación también produce. Reducir horas obliga a ordenar procesos, no a sacrificar márgenes. El que no vive pendiente del chat del jefe a las 23:41 descubre que la emergencia era un adjetivo, no un KPI.
Quizá el desacuerdo parlamentario nazca de una confusión semántica: en política jornada es el rato entre rueda y rueda, y extraordinarias son las horas que no salen en la foto.
Si algún día los diputados ficharan como el resto el debate se acortaría milagrosamente
Tal vez entonces comprobarían que trabajar menos puede significar trabajar mejor, y que un país con tardes respirables discute menos y decide más.
No hay épica en recortar 2,5 horas semanales; hay higiene democrática. El Congreso ha dicho que no por ahora; el tiempo, que es más tozudo que cualquier portavoz, seguirá diciendo que sí.
Medir la prosperidad en minutos devueltos sería un buen comienzo para la política española.
Entre tanto, seguiremos buscando la tecla: menos discurso, más reloj humano.
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