Lamentablemente, Latinoamérica ha sido el epicentro de la mayoría de estos flagelos, lo que ha provocado un éxodo masivo de migrantes con destino a Europa o Estados Unidos, en busca de bienestar, solvencia financiera y seguridad social.
Buena parte de estos migrantes son jóvenes, que dejan atrás a sus países de origen para trabajar y contribuir a la economía de sus familiares, al mandar dinero en forma de remesas que se reciben, por lo general, cada semana o cada mes.
De acuerdo a los datos aportados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), las remesas han mostrado una tendencia alcista desde hace varios años, destacando las cifras históricas del año 2021, que reflejan más de 128.000 millones de dólares enviados solo a Latinoamérica y el Caribe.
Entre estos países, es México el que encabeza el listado con más de 54.000 millones de dólares en remesas, recibidas durante el mismo periodo. Ante este contexto, es fácil deducir que este dinero que ingresa a cada país latino, no solo forma parte de la economía familiar, sino que también oxigena la banca nacional y ayuda a sostener un ecosistema financiero más estable y dinámico.
De esta forma, el 2022 ya se perfila para igualar, e incluso superar el histórico 2021. Así lo parece indicar el informe presentado por el BID con cifras que ascienden a más de 68.000 millones de dólares, tan solo durante el primer semestre del año en curso.
No es un secreto que en muchos hogares latinos se espera que alguno de los integrantes más jóvenes pueda traspasar las fronteras de su país en busca de mejores oportunidades laborales, en beneficio de toda la familia. Por lo general, movidos por la escasez, falta de trabajo, inseguridad, alto costo de la educación, salud y alimentación, entre otras carencias.
El ingreso masivo de dinero, bajo la figura de remesas, de alguna u otra forma, beneficia la economía y la banca nacional. De hecho, en algunos países representan buena parte del PIB y una importante fuente de divisas, como el dólar y el euro.
Sin embargo, esto podría suponer una irrealidad financiera para el país de destino, más inestable conforme aumenta; especialmente si no se combina esta circulación de dinero foráneo con mejores políticas públicas, impulso de la economía local y microeconomía, apoyo al sector industrial y fortalecimiento del comercio exterior.
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