Misión Militar Cubana en Etiopía a principios de 1978 (Foto: Archivo de Aurelio Pedroso)
En mis tiempos de carrera militar no por vocación, sino por obligación, Servicio Militar Obligatorio (SMO) de saque, el término Posición Uno indicaba que el misil y su dotación estaban listos para ejecutar la acción de ponerlo a volar.
Otro tanto sucedía cuando el piloto del caza se encontraba dentro de la cabina del Mig a la espera de la orden de despegue.
Las siglas SMO parecieron algo fuerte para las autoridades político-militares y mutaron hacia el SMA, Servicio Militar Activo pero sin perder su esencia de obligatoriedad.
Enseña la vida militar, su rigor en la disciplina y la responsabilidad hasta de no tirar una colilla de cigarro al suelo. Tanto, que deja huellas cuando ya uno le toca vestir de paisano y comprobar que aquello de que “las órdenes se cumplen y luego se discuten”, en la vida civil más de uno se las pasa por el Arco de Triunfo.
Y si bajo ese precepto del honor y el deber de servir a la patria a un mortal le toca embarcarse encima de un buque o abordar un avión fusil en mano para jugarse la vida fuera de la isla, entonces la marca o huella es mayor, como esa herida que no acaba de sanar en un diabético.
Aquellos que jamás hemos pensado abandonar Cuba bajo un abanico que comprende cientos de razones, estamos en “Posición Uno” las 24 horas con una diferencia notable a la de los primeros tiempos: el enemigo lo tenemos en casa propia. Muchos, detrás de un buró amargándonos el día a día.
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