Categorías: Opinión

Peligro público

La inmensa mayor parte de los españoles está reaccionando ante la adversidad de una manera ejemplar. Por las noches, muchos ciudadanos se suman a las ventanas a aplaudir a los profesionales de la salud que cuidan de la todos poniendo en riesgo la suya. Es un reconocimiento justo y admirable.

Pero sin restarles méritos a los profesionales de la salud, tampoco habría que olvidar el sacrificio, no exento de riesgo, de otras muchas personas que cada mañana tienen que salir a cumplir sus obligaciones laborales, quizás menos expuestas que las de médicos y enfermeras, pero no menos meritorias.

Desde los taxistas que esperan en las paradas a coger algún pasajero que puede estar contagiado por el virus maldito, hasta los conductores del metro, los transportistas que nutren a los comercios con los productos de primera necesidad, a las cajeras y cajeros, a los reponedores que mantienen los anaqueles de los supermercados abastecidos… y un largo etcétera.

Tampoco hay que olvidarse de los millones de ciudadanos de a pie que responsablemente aguantan recluidos en sus casas, cumpliendo las instrucciones y no sólo para preservar su salud, también para preservar la de los demás. Uno es libre si quiere de emborracharse de virus mortales, pero no de contribuir a contagiarlos a los demás.

En las últimas horas han sido más de cien mil los desaprensivos que han sido multados – y muchos lamentablemente no encerrados todavía en una prisión -, que por chulería y desprecio se han empeñado en salir a la calle sin motivo, en un reto que merecería el calificativo de criminal. Lo mismo podría decirse de los energúmenos que se escapan de las clínicas sin tener aún el alta médica.

Que los responsables del orden público les traten como proceda, con corrección, pero sin ningún género de contemplación. Cuesta imaginar que alguien que sabe, o debería saber, que su idiotez y rebeldía social puede causar la muerte de una persona debería estar muriéndose de vergüenza. A quienes ya los hechos deberían remorderles la conciencia, además de pagarla multa, y quienes se proponen hacerlo o reincidir el mayor desprecio

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Peligro público

Diego Carcedo

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