Categorías: Opinión

Máximo Cajal

Cuando era embajador en Guatemala, militares de la dictadura armados hasta los dientes asaltaron la sede de la Cancillería, ocupada de manera pacífica por una organización de pueblos indígenas, y dejaron 39 víctimas mortales. Máximo Cajal, que esta tarde será despedido por familiares y amigos en el tanatorio de la Paz, en Tres Cantos, con la sencillez que exhibió siempre en vida, fue un diplomático hábil, inteligente, valiente y eficaz. Representó a España en diferentes países y circunstancias y en todo momento lo hizo con acierto, entrega y un sentido de la responsabilidad verdaderamente admirable. Su carrera estuvo surcada de obstáculos, retos difíciles y avatares derivados de los cambios políticos que propiciaron la transición democrática y las alternancias en el poder de las últimas décadas, sin olvidar tampoco actitudes de incomprensión.

Entre sus gestiones más destacadas está la que llevó a cabo durante casi dos años en la coordinación de las negociaciones que en los años finales de la década de los ochenta condujeron a la renovación del Tratado que regula la presencia de bases norteamericanas en España y al abandono de la Air Force de Torrejón de Ardoz. Máximo Cajal, siempre con las ideas muy claras, la estrategia bien premeditada y una paciencia sin límites para negociar y negociar hasta alcanzar el entendimiento, se apuntó un éxito indiscutible que pasó bastante inadvertido para la opinión pública.

No ocurrió lo mismo durante su etapa como embajador en Guatemala, cuando militares de la dictadura del momento armados hasta los dientes asaltaron la sede de la Cancillería que había sido ocupada de manera pacífica por una organización de pueblos indígenas en señal de protesta por la miseria en que vivían. La matanza que desencadenaron a sangre fría los asaltantes, agravada por la violación flagrante de la inmunidad diplomática perpetrada por tropas oficiales, dejó treinta y nueve víctimas mortales entre ocupantes y empleados. El propio embajador salvó su vida cuando se vio acorralado arrojándose por una ventana.

Aquel incidente marcó para siempre su biografía e influyó en su personalidad. Sus ideas tradicionalmente inspiradas en la defensa de la paz y el rechazo a la violencia, se volvieron incluso más firmes y activas. En los últimos tiempos, jubilado ya como funcionario público, continuó ejerciendo sus buenos oficios diplomáticos como representante de España para la Alianza de las Civilizaciones, una iniciativa que pretendía aliviar la tensión desencadenada por el terrorismo yihadista y propiciar el acercamiento entre culturas y religiones diferentes en la búsqueda de fórmulas de convivencia basadas en la comprensión y la tolerancia.

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Máximo Cajal

Diego Carcedo

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