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Felicidad suprema

«Las cursiladas del venezolano Nicolás Maduro sólo son superadas en su memez por sus iniciativas capaces de sonrojar hasta al propio Berlusconi». Cuando era joven estaba convencido de que el régimen de Franco era el más cursi del mundo porque nos hablaba de grandezas imperiales, luceros que no sabíamos que era y chorradas de semejante estilo. Pero con el correr de las décadas observé que había otros autócratas por ahí que no le iban a la zaga y entre todos, quizás por ser el más reciente, el que encabezaba en Venezuela el ínclito Hugo Chávez, a quien deseo que San Pedro le haya acogido bien en el cielo a pesar de que en la tierra dejó tanto rastro de arbitrariedad y corrupción.

Pero a todo hay quien gane, aunque a veces parezca que ya no es posible superar algunos récord, y al difunto Chávez vemos que ya le ha destronado como el dictadorzuelo más cursi, ridículo e impresentable su elegido para sucederle, Nicolás Maduro. Las expresiones esperpénticas de Maduro, que no sabe ya qué hacer para sostener su naciente “dictadurina”, a caballo entre la Corea del Norte de los Kin y el Haití de los Duvalier, sus cursiladas digo, sólo son superadas en su memez con sus ideas traducidas en iniciativas capaces de sonrojar hasta al propio Berlusconi.

La penúltima, ¡hay que joderse!, es la creación de un viceministerio – mejor sería un ministerio, ya puestos, ¿verdad? — para promover entre los sufridos venezolanos la felicidad suprema. Maduro no se conforma con que sus conciudadanos, incluidos los que están pagando tan caro haberle votado, usufructúen sólo fugazmente el confort que proporciona el uso del papel higiénico en los momentos de intimidad escatológica — algo que el desastre de la economía que dirige ha convertido en un lujo –, sino que quiere que la felicidad llegue a sus cotas utópicas y adquiera el carácter supremo que, hasta ahora, sólo la fe católica y las prohibiciones del Sexto Mandamiento prometían.

Ignoro en qué consistirá esa felicidad suprema que su presidente quiere para los venezolanos a cambio de la represión y tente tieso, y de la que se encargará de propiciar uno de los paniaguados del régimen, el viceministro de pomposo título de la felicidad suprema. De momento muchos venezolanos estoy seguro de que se conformarían con tener acceso sin restricciones a los productos de primera necesidad que los supermercados están racionando, con recuperar una moneda convertible para poder viajar fuera del país y huir de lo que se les viene encima, con poder leer la prensa libre a que estaban habituados e incluso poder llenar el depósito de gasolina de vez en cuando que para algo Venezuela es uno de los países con más reservas de petróleo.

Pero a todo eso a la felicidad suprema seguramente no aspirará ni, a buen seguro con Maduro al frente, llegará.

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Felicidad suprema

Diego Carcedo

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