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Pensando mal

Nos han acostumbrado a pensar mal y, como queremos acertar, nos estamos volviendo galopantemente menos crédulos. Los poderes en general cada vez lo tienen más crudo para hacernos tragar ruedas de molino. Estos días pasados lo veíamos con el nuevo conflicto en torno a Gibraltar. España siempre tiene razones para estar en contra del colonialismo que el Reino unido ejerce en el Peñón. Pero no ha dejado de sorprender que una nueva dramatización de amenazas e incidentes fronterizos, desde el control aduanero hasta las medidas de protección pesquera, haya coincidido con el escándalo en que Luis Bárcenas ha colocado al Gobierno de Mariano Rajoy con sus revelaciones.

Como esto ocurría durante la Dictadura cada vez que el Régimen se enfrentaba con problemas, cuando la reivindicación de Gibraltar automáticamente se convertía en un recurso para distraer la atención de la gente y la prensa controlada e inducida desde el poder político se lanzaba en plancha contra esa afrenta que los españoles soportamos como sufridores del último residuo europeo del colonialismo sajón. No hay que olvidar que en tiempos de Franco las únicas manifestaciones autorizadas, y más que autorizadas estimuladas, eran las que congregaban a los adictos ante la Embajada Británica para reclamar la devolución del Peñón.

Pero no es sólo dentro de España donde el recurso de buscar distracciones a la opinión pública en momentos de crispación está a la orden. Hace unas semanas el mundo se escandalizó al enterarse de que las agencias de espionaje de los Estados Unidos controlaban nuestras comunicaciones sin el más mínimo respeto a la confidencialidad que por derecho nos asiste a preservarlas en secreto. En Washington mal se apañaron para intentar acallar el clamor mundial de protesta y la razón única que arguyeron fue que semejante violación era necesaria para anticiparse a los planes de los terroristas.

Por eso las drásticas medidas adoptadas la semana pasada para evitar un supuesto atentado en marcha, con el cierre de numerosas embajadas y consulados, y avisos de precaución de los turistas no han podido por menos que despertar suspicacias. ¿Estarán tratando los Estados Unidos de justificarse y de hacernos creer que la intromisión en nuestra intimidad es buena para nuestra propia salud? Muchos lo sospechan y sus dudas no carecen de fundamento. Ha sido la primera vez que el aviso de alerta incluía las razones y el origen de la alarma: los preparativos habían sido detectados, según las huestes de Obama, en conversaciones telefónicas y mensajes a través de Internet cruzados por agentes de Al Qaeda. Antes nunca se revelaban las fuentes de la información.

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Pensando mal

Diego Carcedo

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