Días antes de la visita del Papa Francisco a Brasil había bastante preocupación en el ambiente. Sobre todo relacionada con la seguridad del Pontífice. Sin embargo, una vez en tierras cariocas, la cabeza de la Iglesia Católica ha demostrado que su cercanía lo que ha conseguido ha sido calmar los ánimos de la juventud brasileña, muy crispada en general.
Mi jefe opina que, efectivamente, la puesta en escena de Francisco no tiene mucho que ver con la de Juan Pablo II o Benedicto XVI, mucho más ostentosa y cargada de barnices y más barnices. Y que, de momento, le está saliendo bien no ya sólo reconciliándose con parte de su credo sino, además, levantando simpatías entre otros.
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