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Fiesta con sangre

Este año hemos vivido unos sanfermines la mar de accidentados y, por lo tanto, como suele ser habitual, sangrientos. Casi todos los días la bestialidad de los toros, que es la que impregna la fiesta, ha mandado al hospital a unas docenas de ciudadanos que lo que querían de verdad era divertirse, no estar sufriendo con un gotero en la muñeca ni contemplando un futuro con alguna mutilación. Pero divertirse con la bestialidad de unos animales armados con poderosos cuernos, trae estas consecuencias que un año tras otro nos confirman a los españoles como uno de los pueblos mejor avenidos con la crueldad la violencia y la insensatez.

Escribir algo que implique, aunque sea remotamente, una crítica a los sanfermines es peor que ponerse la soga al cuello de la opinión de muchos fundamentalistas del espectáculo de los encierros. En su defensa coinciden intereses de la hostelería navarra y voces exaltadas de hoolligans que hasta ahora han disfrutado del jolgorio, contra el que nada cabe, todo lo contrario, y no han tenido la desgracia de ser alcanzados en la resaca por un asta o un simple cabezazo. Pero de vez en cuando creo que no estará mal del todo recordar la realidad de los encierros que son, sí, una bestialidad, no así del resto de la simpática celebración que les rodea.

Es inconcebible que en un país que aspira a la modernidad se permitan diversiones tan peligrosas. Todas las medidas de seguridad que se adoptan son insuficientes para que aquello pueda convertirse en un espectáculo participativo sin riesgos. Los sigue teniendo y muy graves y todo sin valorar el daño que semejante espectáculo causa a la imagen de España y de los españoles que por eso, aunque no sólo, solemos movernos por el mundo adornados con el estigma de primitivos e insensatos.

No se entiende que en un país donde se apuran leyes – que, por cierto, bienvenidas sean todas – que reinciden en la seguridad, como son las que controlan el consumo de alcohol de los conductores o la prohibición de fumar en lugares cerrados, luego permite y hasta se fomenta que durante unos días y en apenas diez minutos, con televisiones ofreciendo en directo tan deplorable espectáculo, millares y millares de persones se diviertan con el morbo de la sangre y de un riesgo indiscriminado cuyas consecuencias acaban costándonos dinero a todos los ciudadanos que paralelamente sufrimos los efectos de los recortes en los presupuestos para sanidad pública.

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Fiesta con sangre

Diego Carcedo

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