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Portugal en horas bajas

Portugal, que es un país admirable por muchos motivos, atraviesa horas bajas, muy bajas. Alguien dirá, y con razón, que eso no es nuevo, que Portugal lleva mucho tiempo sumido en horas bajas e incluso no faltará quien redunde afirmando que los portugueses son nostálgicos y hasta tristes por naturaleza. Habría que replicarles enseguida preguntando cómo se quiere que estén con todo lo que les agobia desde antes ya incluso del estallido de la crisis que en estos momentos agobia a media Europa, por no decir a toda.

Dentro de un par de semanas los portugueses van a celebrar un año más, y ya estamos en vísperas de los cuarenta, el 25 de abril, el movimiento militar que en 1974 les libró de la pesadilla salazarista. Es por tradición una conmemoración alegre, en la que se venían dando rienda suelta a las esperanzas e ilusiones puestas en un cambio optimista. Esta vez sin embargo va a resultar difícil que el pueblo salga la calle a expresar con su euforia la falsedad de esa creencia que le adjudica ramalazos genéticos de tristeza. Saldrá pero para protestar.

El panorama que enfrentan es desalentador. Cada vez son más los problemas que complican su propia subsistencia. Hace unos días el Tribunal Constitucional sentenció la ilegalidad de algunos recortes aplicados por el Gobierno que encabeza el conservador Pedro Passos Coelho, pero la alegría que despertó saber que recuperarían la paga extraordinaria del verano y el total de las pensiones enseguida se vio empañada por las noticias de las nuevas reducciones compensatorias que se aplicarán en los presupuestos de sanidad y educación.

Además de nostálgico y triste el pueblo portugués tiene fama de pacífico, y lo es salvo cuando la paciencia se le agota, cosa que ya ha demostrado que también es cierta. Y ahora la tiene al límite. En los últimos meses ya expresó su indignación y descontento con grandes manifestaciones callejeras que por suerte no pasaron a mayores. Pero cualquier observador que siga con atención la situación es fácil que concluya que será difícil que la contención que la gente está demostrando pueda mantenerse.

El 25 de abril que viene, donde celebrará disfrutar de libertad y democracia, la frustración de que vivir sin penurias se haya vuelto una utopía que los últimos gobiernos no saben o no pueden o no quieren convertir en realidad es un temor que mantiene en vilo a las autoridades y a las propias fuerzas encargadas de velar por el orden público, cuyos agentes son víctimas también de la austeridad impuesta por la troika europea y asumida por el Gobierno, no están seguras de poder garantizar.

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Portugal en horas bajas

Diego Carcedo

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