Explican en estos días algunos comentaristas veteranos que, en España, los delincuentes de cuello blanco, responsables de ilegalidades relacionadas con el vil metal pueden comportarse de dos maneras a la hora de ir a la cárcel. Unos optan por el silencio y otros por el tumulto. La mala suerte para Rajoy es que Bárcenas pertenece, con claridad, a este segundo grupo.
Al presidente del Gobierno le hubiera interesado más que su antiguo amigo y contable de confianza se pareciese a esos otros que, como Mario Conde o Javier de la Rosa, van tranquilamente a la cárcel y se llevan con ellos allí sus secretos. Saben que tienen el riñón cubierto con el capital que han ‘colocado’ fuera y sobre el que tampoco piensan dar pista alguna y deciden pagar su deuda con la sociedad sin provocar más sobresaltos a nadie.
La opción, sin duda, tiene algunas ventajas. Es cierto que se pierden unos años, pero pasado el tiempo de confinamiento, que puede dulcificarse con terceros grados y otras ventajas derivadas del buen comportamiento disponibles en el sistema penitenciario, el recluso puede disponerse a emprender una vida completamente nueva. Sin problemas, ni enemigos derivados de las antiguas querellas y con la tranquilidad que da esa solvencia monetaria que nunca, ni en los peores momentos del cumplimiento de su condena, han dejado de tener.
Hay quien apuesta, por ejemplo, porque el último recluso ilustre de la elite española, el ex presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, ha optado por este camino para enfrentarse a sus problemas actuales. Sobre todo, porque ya lleva un tiempo en la cárcel y ni antes de entrar, ni cuando declaró, ni en los últimos tiempos hay pistas en las noticias de que pueda haberse decidido a largar para tomarse la correspondiente venganza sobre esos falsos amigos que no le han ahorrado el mal trago.
Pero, como decíamos antes, ese no es el caso de Luis Bárcenas. El tesorero acosado se ha revuelto como un gato acorralado y ha dejado claro que, si el cae, muchos otros caerán con él. No piensa pagar el pato solo por el descubrimiento de una presunta trama en la que desempeñó un rol bastante secundario. Al menos en su opinión. El sólo era un administrativo que cumplía órdenes de unos jefes que ahora no se van a ir de ‘rositas’. Por mucho que no parezca probable que nadie le ordenara que mientras trabajaba para los otros pusiera tanto empeño en asegurarse su parte.
A Bárcenas o le arreglan su problema o arde troya. Tiene, además, el referente de Jaume Matas, otro personaje como él, que, según dicen los diletantes, a base de tirar un poco de la manta y contar sólo una pequeña parte de lo que sabe parece haber conseguido retirarse de la circulación, por ahora, mientras, otros, que no estuvieron listos para impedir desde el primer momento que cayera, se encuentran sumergidos en un mar de problemas judiciales que ponen en cuestión la propia credibilidad de muchas instituciones españolas.
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Maneras de ir a la cárcel
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