Hace unos días, la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, usó sin duda la información privilegiada de la que dispone, para explicar a los ciudadanos, golpeados sin tregua por la crisis, que España mejora. Y lo hizo, además, 48 horas después de que se conociese un estremecedor dato oficial que indica que ahora mismo un 25% de la población activa está en el paro.
A quién esto firma, no le cabe ninguna duda de que esta declaración de la inefable ministra se produjo tras su visita a algún centro de devoción Mariana, de esos que son tan de su agrado y tampoco de que cuando dijo lo que dijo estaba poseída por algún transito sobrenatural fuera del alcance de los pobre mortales como nosotros.
Lo cierto es que una cifra 5,8 millones de parados, de personas que formalizan demandas de empleo, no es ninguna broma. Y, aunque el número no se corresponda con la cantidad real de ciudadanos que se encuentran en una situación de desempleo cierto y absoluto, sí supone un dato intranquilizador en lo social y desasosegante en lo económico.
Para no prolongar estas palabras en exceso, eludiremos extendernos en analizar los dramas sociales y personales que provoca la escasez de puestos de trabajo que existen y dibujan un panorama lleno de negros nubarrones.
Habría que empezar a dejar de considerar a los desempleados como pobres diablos desafortunados que necesitan que la sociedad sea caritativa con ellos. No son eso. Son personas, ciudadanos, miembros de esa misma sociedad y elementos fundamentales de la economía de consumo, el modelo económico vigente en la mayor parte del mundo. Un esquema que depende por completo de la existencia de la figura del demandante-consumidor.
Desde que hace décadas comenzó, a la sombra del ‘reaganismo’ la demolición de los principios de la economía social que aseguraban la viabilidad del modelo se ha disparado contra este agente económico básico, hasta el punto de que se corre el riesgo de terminar con la propia superestructura a base de dinamitar las posibilidades de existencia de su componente básico.
En la fase inicial de esta incomprensible tarea autodestructiva se elevó a los altares el mantra de la productividad. Un estadio superior y deseable que se conseguía con despidos y recortes salariales, dos acciones que disparaban directamente contra la capacidad de consumo de los ciudadanos.
Luego se inventaron los préstamos baratos y esa superabundancia de crédito que venía a paliar la pérdida de recursos disponibles para que la población consumiera y más tarde llegó el momento de hinchar el globo con la proliferación de los productos derivados y ‘subprimes’ que acabaron por hacer explotar la burbuja.
Y así es como estamos ahora. Con una sociedad devastada y cada vez menos consumidores disponibles para mantener a flote esa economía de consumo de la que aún dependemos todos. Con la dificultad añadida que incluso quienes aún disponen de un salario que les permitiría abastecer la necesaria demanda de productos y servicios tienen que dedicar buena parte de su renta a pagar la deuda provocada por la fiesta de quienes creyeron descubrir el santo grial y haber sido capaces de terminar con el riesgo a base de micronizarlo.
De modo que habrá que asumir rápidamente, si de verdad se quiere salir de la crisis, que sólo recuperando a los consumidores, a cada uno de ellos individualmente, se recuperará la economía. Siempre que el modelo continúe siendo el de la economía de mercado, con sus componentes de oferta y demanda. Otra cosa sería que, en algún gabinete de estudios situado en Washington o Berlín ya se hubiera elaborado otra fórmula distinta. Posibilidad que, de momento, no parece haberse materializado.
Como postdata, tal vez convendría recordar aquellas palabras que la tradición económica atribuye a Henry Ford, una vez que tras la crisis del 29, abandonó su anterior cruzada antisindical y dejó de utilizar matones a sueldo para asegurarse la producción de su fábrica.
Al parecer, en algún momento vio la luz, y dijo, o han dicho que dijo, aquello de que su compañía sólo podría funcionar si cada uno de los operarios que intervenían en la producción de los vehículos disponías de un salario suficiente para comprarse uno. Pues justamente de eso, es de lo que se trata. Por lo menos, todavía.
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¿Parados o consumidores?
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