Un curioso fenómeno afecta a la dirigencia política global desde casi el mismo momento en el que estalló la crisis económica actual, hace ya cinco años: la sumisión de todas sus decisiones a los denominados mercados, que no son entes abstractos ni entelequias. Existen, pero sin control y nadie hasta ahora ha hablado de regularlos. Algo que sí parece estar ocurriendo en el caso de los bancos o de las agencias de rating.
Estos mercados, que son transnacionales, están marcando el comportamiento de los países y de sus gobiernos, democráticamente elegidos. Sobre todo si nos referimos a las plazas de negociación ‘Over The Counter’, los famosos OTC, ese fruto del enloquecido proceso de desregulación que hemos vivido en las últimas décadas y cuyo objetivo real ha sido terminar con el mercado, con la verdadera esencia del mercado, para implantar algo bien distinto, lleno de zonas oscuras y en sombra. Ya no se sabe quién compra, ni quién vende, ni como se forman los precios…
Tal vez por eso haya expertos que defienden que no hay que ir contra los mercados, que sólo hay que devolver a las plazas financieros las características vitales para su constitución. O por lo menos dos de las características que han desaparecido en paralelo con el proceso de desregulación: la transparencia y la trazabilidad. Los dos pilares básicos que han constituido desde siempre la verdadera esencia del mercado financiera.
Pero que nadie se equivoque. Porque para volver a este punto lo único que se necesita es más política, entendida esta como un aumento de la representación ciudadana. Más democracia.
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¿Para cuándo la regulación de los mercados?
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