Se nos ha muerto Sancho Gracia (Félix para los muy íntimos), un golpe más en estos tiempos de vacas flacas para el arte y la cultura que vivimos. Hace años que estaba mal, arrastrando — siempre con buen talante — el estigma con que el cáncer de pulmón que padecía había empañado su vitalidad. Era, no hace falta decirlo, un actor excepcional y una persona excelente. Sus amigos éramos muchos en el trato pero en la práctica, amigos de Sancho Gracia éramos todos los españoles, que admirábamos su trabajo y a través de sus interpretaciones y apariciones públicas intuíamos su cordialidad, su carácter abierto, su disposición a ayudar y su sencillez.
Muchos, la inmensa mayoría, se había olvidado de su nombre porque para ellos Sancho Gracia seguía siendo Curro Jiménez, el principal personaje, que entre otros muchos por él inmortalizados, nos deja para el recuerdo y, lo más importante, para la historia de la interpretación. La gente con criterio, harta de tanta basura como entra en los salones de estar de nuestras casas a través de algunas programaciones, sigue poniendo a Sancho Gracia como modelo de actor serio, capaz de transmutarse en los protagonistas más variados de la escena o las pantallas, profesional si los hay de un oficio difícil y sacrificado como muy pocos.
Sancho Gracia, con quien tuve oportunidad de departir muchas horas, algunas inolvidables en el Montevideo donde la Dictadura exilió a sus padres y le obligó a nacer, algo que él – es decir, su condición compartida de uruguayo y español — llevaba con gran orgullo y gran cariño hacia tantos compatriotas como le consideraban uno de los suyos. En cierta ocasión me presentó al amigo joyero que le había representado por poder en su boda transoceánica. “Este es el que se casó con mi mujer”, decía con humor cargado de afecto. Era una delicia recorrer con él aquellas calles, que le traían múltiples recuerdos sobre todo de su maestra Margarita Xirgu, a la que veneraba, y conocer de primera mano la condición de intelectual que su capacidad interpretativa mantenía siempre en un discreto segundo plano. Era un demócrata convencido, un amante de la libertad, un defensor de la justicia. Todo un hombre.
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