Toda la violencia del siglo XX estaba en el pasaporte vital de Jorge Semprún, desde la lucha de clases a la insidia nazi pasando por el exilio, París en blanco y negro, la Sorbona dónde se estudiaba con chaqueta y corbata, Brigitte Bardot y De Gaulle, más tarde el retorno de la democracia a España, (Semprún volvió salido del «Guernica») y posteriormente el desencanto del felipismo. Quizá demasiadas cosas para una sola biografía pero todas las superó Jorge Semprún.
Estos políticos de medio pelo que se preocupan hoy por no perder el coche oficial puesto que desconocen lo que es un metrobús tendrían mucho que escuchar de su biografía; ya podrían guardar un minuto de silencio por la muerte de un rojo en condiciones, de una persona comprometida con la justicia desde la izquierda, con las ideas desde el comunismo, que luego fue capaz de entender por qué cayó el muro de Berlín y a qué lado debía estar cuándo aquellos jóvenes lo empujaron en una noche emocionante. Y el comunismo le premió expulsándose por disidente que es otra manera de reconocer que a alguien no hay forma de hacerle entrar en razón.
Semprún, a diferencia de otros, nunca renunció a sus principios y vivió de la manera más coherente posible: entre libros, en Francia, exilado a voluntad como se decía en el franquismo de los miembros de la «gauche divine», un español que había perdido todas las guerras del siglo XX menos la batalla por su identidad. El preso 44.904 de Buchenwald se ha fugado para siempre.
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