Sabemos poco de las bacterias pero ellas saben mucho de nosotros. Esta E.coli que se ha instalado en nuestro cotidiano es una de las bacterias que portamos en el intestino y que un día acabarán con nosotros como los hielos derrotaron a los grandes saurios. Por culpa de un pepino hemos conocido la verdad.
Dejando a un lado la cuestión política de la que tendrán que dar cuenta nuestras autoridades sanitarias, aquellos que deberán explicar por qué Alemania nos vacila como si fuéramos los parientes pobres, (igual lo somos), no debemos olvidar que las bacterias son mucho más fuertes que nosotros y que nos pueden sobrevivir precisamente alimentándose de nuestra ruina. Si el cuerpo fuera una sociedad que cotizara en Bolsa las bacterias serían nuestra suspensión de pagos previo pacto de jubilación anticipada. Sin ellas flotaríamos en el espacio de la salud hasta alcanzar rincones desconocidos, en cambio ellas nos devuelven a la condición de mortales sujetos pasivos.
Seguro que vistas en el microscopio hasta tienen cara de buena gente, de vecinos entrañables que saludan por la mañana al salir del ascensor. Pero no hay que fiarse nunca de las primeras apariencias. Hay bacterias que pueden tumbar a un general prusiano sin dispararle a la cabeza, sólo tienen que cruzar por el intestino a su debido momento y empezará el declive del organismo hasta vencerlo.
Declaremos la guerra a las bacterias como los alemanes lo han hecho con nuestros pepinos.
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