Habría que buscar alguno de esos premios absurdos que se conceden al amparo de un cocido, o un trofeo de torneo de mus, para recompensar la virtud ahorradora de la señora de Ben Alí, en adelante Leila “siete cazos”. No sólo le dio tiempo a recoger la casa, esconder algunas cosillas, destruir documentos y hacer las maletas, (vamos, lo normal cuándo tienes que pirarte al exilio), si no que le quedaron unos minutos para coger tonelada y media de oro del banco central.
Ante cualquier fiscal lo que ha hecho la señora tiene mala defensa, pero dejando a un lado su rapiña arrasadora hay que reconocer su talento para estar a la altura en los malos momentos. Cualquier otro se habría equivocado, o habría metido los calcetines en la nevera llevándose los yogures al exilio, entiéndase la máxima tensión, el miedo escénico. En cambio, a la señora no le faltó coraje para planificar la huida al exilio con un pingüe capitalito que le sirviera para aguantar el tirón por lo menos unos quinientos años.
Además, se trata de una persona enmarcada en las tradiciones antiguas, cualquier otro hubiera hecho una transferencia por Internet a Suiza, en cambio ella prefirió arramplar con el oro que siempre tiene mejor cambio y uno nunca sabe en qué país puede ir a parar.
Los Ben Alí son, ahora, unos ninis de lujo. Ni gobiernan, ni trabajan. Estoy seguro de que pronto a Leila “siete cazos” se le ocurrirá otra forma de entretenerse dentro de lo que es el sindicato del delito.
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