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El acueducto de Santiago

La remodelación del acueducto de Santiago de Cuba, y de todos los sistemas de conducción de agua potable de la provincia, se ha convertido en un reto para el régimen y en el símbolo con el que se pretende marcar un antes y un después en el desastre que ha sido hasta ahora la construcción de obras públicas en Cuba. El momento culminante del desastre fue el derrumbamiento de la planta potabilizadora Quillero 1, que cayó muy poco después de ser inaugurada y que ahora hay que reconstruir por completo. Los responsables del Ministerio de la Construcción y del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH) que se encargaban del proyecto han sido relevados, tras ser sometidos a la dura prueba de la vergüenza pública.

Ahora, la encargada de coordinar los trabajos en Inés Chapman, que antes era la responsable del INRH en Holguín, pero el verdadero jefe de obra no es otro que el cada vez más omnipresente Ramiro Valdés. El es quien revisa los esfuerzos realizados allí por 200 trabajadores especializados llegados desde 11 provincias del país, el contingente humano que dispondrá de una inversión de 150 millones de pesos cubanos (unos cinco millones de euros, si hubiera posibilidad de cambiar esta moneda) para convertir en realidad el nuevo cronograma establecido en el proyecto que será sometido a un férreo control de recursos. Valdés habría recibido el encargo del propio Raúl Castro, según la versión oficial.

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