Gil llenó Marbella de rusos mafiosos, la visita de Michelle Obama la ha llenado de agentes de la CIA, gente turbia en igual caso. Desde el aeropuerto de Málaga hasta la linde con Benhavis con Estepona todo es control y gente con gafas oscuras. Cada café de Marbella se ha convertido en una sucursal de los cafés de Tánger en los años cuarenta antes de llegar la invasión española que acabó con las Mata-Haris y con los Bond de la época.
Michelle tiene costumbre de Kennedy aunque no se haya criado en una dinastía pero la gente se orienta muy rápido cuando hay lujo de por medio, y así ha elegido el Villapadierna, un trozo de Toscana en la sierra malagueña, nada que ver con el bullicio de chiringuito de la costa y con esos alumnos aventajados de la Escuela de Modales de Espartaco Santoni, aquel que enseñó que no sólo doña Rogelia se ponía un pañuelo en la cabeza para salir “arreglá”.
Poderío viene de poder, y la primera dama del mundo no es ajena a las sales de baño y a los jacuzzis dónde se sumerge el atardecer junto a una botella de champán francés, (en cuestión de lujos todos no hace falta acudir a la traducción simultánea porque todos los idiomas se entienden que da gusto).
Jesús Gil se lo ha perdido pero otros le están sacando un partido espectacular a la visita de alguien que viene de incógnito y reserva sesenta habitaciones. Si fuera Carla Bruni le criticarían menos.
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