Tampoco hace falta tener muchas luces, ni faros de xenón, para darse cuenta de que Martina Klein es un pibón. Dicha la evidencia de que la modelo es un torpedo de submarino nuclear hay que fijarse en sus cualidades artísticas que son muchas.
Klein ha conseguido reinventarse en un programa de chistes que emite Antena 3 y en el que ejerce de rubia chisposa que se ríe de las rubias, de las que tienen chispa y de todo lo que se mueve porque talento le sobra. Hay que tener un respeto por aquellos que son capaces de crear un espacio propio fuera de su oficio que serían las cámaras de fotos y las pasarelas para gacelas de metro ochenta. Ella es una de esas gacelas.
Para esto del humor todos estamos capacitados, como público, pero muy pocos para contar un chiste y clavarlo. De ahí la habilidad de Martina que se queda con el personal en apenas lo que dura una coña marinera. Ese estereotipo de chica desenfadada se agradece viniendo de alguien que forma parte de un colectivo de divinas y estiradas que apenas hacen declaraciones.
Lo suyo es que diera un paso y se atreviera con un papel en cine, (horror si le ofrecieran teatro con Arturo Fernández que es el que recoge a las misses para diálogos absurdos de sofá con smoking). A la Klein hay que verla en una peli como si fuera una de las musas de Hitchcock, es decir para el disfrute total en pantalla grande. Podría hacer de novia del gánster cuando alguien se atreva a contar la trama Malaya que tanto juego nos puede dar en los próximos años.
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