Al final, Angela Merkel parece haberse dado cuenta. Es obvio que Alemania, economía dependiente de su capacidad exportadora, tendría muchas dificultades para vender sus productos, elaborados con costes alemanes, en los mercados globales sin el euro, sobre todo en competencia directa con China o la India. Más aún cuando, en el contexto de una crisis como la actual, el resto de los países de la Eurozona, sin moneda única de por medio, habrían procedido a devaluar sus divisas y blindar sus mercados internos y proteger sus industrias nacionales.
Sin embargo, en función de las encuestas sobre las preferencias políticas de los germanos, da la sensación de que los votantes teutones no están en esta tonalidad. Como si los años de exaltación del orgullo nacionalista les hubieran apartado de la realidad que marca la evolución de la economía global. Es posible que, en parte, el problema sean los políticos que para mantenerse en el poder se encargan de mantener la ficción más conveniente. Pero algo de culpa debe tener una población que se empeña en dar la espalda a toda evidencia.
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El viejo nacionalismo y la economía globalizada
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