Mariano Rajoy pensó que poniendo la toalla y la sombrilla a una distancia prudencial nunca le llegarían a mojar las olas, craso error porque la marejada que vive su partido le ha obligado a recular varias veces con el aparejo playero para no mojarse los pies.
Lo último es el caso Matas que amenaza con volverse en otro caso contra el PP, no sólo porque Rajoy dijera en su día que éste era un modelo de dirigente ejemplar sino porque, (de nuevo, oh dolor), el lujo está de por medio. Cuando no son trajes son chalés.
La playa de Mariano Rajoy es un lugar poco seguro. Igual amanece un día soleado y se presenta Mayor Oreja con una tormenta de sospechas, y entonces tiene que enviar a Cospedal a decir que nadie tema puesto que no hay tiburones en el agua, pero la duda queda y el miedo a saber que Zapatero negocia con ETA también.
El caso es que Rajoy tenía pensado pasar unos días de playa pero se le han chafado. Por supuesto que contaba con las torpezas de Zapatero que no hace más que chapotear de manera imprudente, pero a lo que más teme es a cuando los suyos se lanzan en bomba y salpican, sobre todo a él que está en la orilla con la música y la gorra, lo que se dice «echando un buen día» de playa. Y este coge-tira-corre-sube que llega la marea otra vez no es plan para nadie, es un estrés al borde del mar que seguro tiene su reflejo en la tensión o en los índices de melancolía.
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