Aquí cada cuál busca su récord para poder presumir de algo, y casi todas las marcas son ridículas hasta la de pasar por el hombre más bajito del mundo, una condición que ejercía hasta hace unos días un señor mínimo que adoptó el nombre al tamaño «He» y su apellido a la onomatopeya de una canica cuando rueda «Pingping».
La muerte no distingue entre bajitos y altos, se lo ha llevado mientras estaba en Roma que es ciudad que pasa por ser eterna y lo será para «He» que ya no dice ni «hey» y que ha fallecido a causa de un fallo respiratorio. Los que le conocían dicen que fumaba una cajetilla diaria desde que tenía siete años, por lo tanto le ha pasado por no hacer ni caso a la ministra de Sanidad. No es que Trinidad Jiménez se alegre pero el ejemplo le vendrá bien para algo.
Se supone que el hombre más pequeño del mundo habrá sido amortajado con el traje más pequeño del mundo y su cuerpo introducido en un ataúd poco más grande que una caja de zapatos. Las medidas eran tan reducidas que en caso de haber optado por la cremación habría durado apenas tres minutos la ceremonia.
Pingping ya está en el cielo, seguro, porque a Dios no le importan los ángeles bajitos puesto que caben más en los cuadros de los renacentistas que buscaban caritas tiernas. Pero la de He no fue especialmente tierna, debía estar hasta las narices de que le hiciera bromas; la última ha sido irse a morir por tan poca cosa.
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