Categorías: Opinión

¿El fin de la historia (socialdemócrata)?

La socialdemocracia europea pende del hilo que separa la ideología de los partidos. Los partidos políticos tienen con la ideología el mismo problema que la gallina tiene con el huevo. Son formas de existencia que con el tiempo desconocen si son creadas por una idea (el huevo) o si están en el mundo para articular una nueva. Un partido político no tendría por qué ser más que una ideología concreta con sus actualizaciones reflexionadas. Sin ideología un partido carecería de sentido, y la búsqueda de una nueva le alejaría de la credibilidad.
 
Ese dilema existencial es el que vive en estos tiempos la socialdemocracia europea, que poco le falta para convertirse en un personaje de Woody Allen. No encuentra su camino porque no sabe cuál es, ni cuándo dejó de saberlo. No hay mejor forma de resumirlo que a través de la frase que Susana Díaz pronunció hace dos semanas: “no hay socialistas de izquierdas ni de derechas”. Como teoría política, la socialdemocracia tendría que ser de izquierdas basada en desarrollar el Estado de Bienestar dentro de la economía de mercado. En casos concretos, como el español, podrían añadirse características históricas que fruto de las actualizaciones han ido perdiendo, como la idea republicana.
 
Sin embargo, abstenerse ante el Partido Popular de Mariano Rajoy, de la Gürtel, de la Púnica, del plasma, de la ley ‘mordaza’ o de los ‘hilillos’ de plastilina es un paso más hacia el abismo. La sociedad no tendría por qué preocuparse, a priori, de la desaparición natural de algún actor político, pues es la ideología la que perdura. Un partido, una idea. Y si no hay idea, no hay partido. ¿De qué serviría un sistema con seis partidos políticos diferentes si todos ellos tuvieran las mismas líneas de actuación?
 
El PSOE sabe que su origen histórico e ideológico ya no le pertenece. Esos cinco millones y medio de votos perdidos desde 2008 han ido a parar a un solo partido, el que se ubica justo a su izquierda. Sin embargo, en una búsqueda de identidad y supervivencia ha tomado la decisión de no tratar de recuperarlos. Con el último movimiento de la gestora y la tibiez con la que se ha dirigido a la corrupción del PP – y la contundencia mostrada hacia Podemos – no hace sino aclarar que su red está colocada en otros caladeros. Un PSOE que se muestra más dialogante con el Partido Popular que con partidos independentistas y nacionalistas. Un partido socialista que para recuperar la posición mayoritaria vira hacia el centro. Aunque no está claro que en ese lugar haya tantos peces como para ello.
 
¿Cómo ha llegado la socialdemocracia hasta aquí?
 
Una pregunta de tesis doctoral que bien podría resumirse en cinco puntos. Teniendo en cuenta que esta crisis de identidad y de resultados se ha propagado por toda Europa, existen denominadores comunes en todos aquellos países:
 
En su origen, los partidos socialdemócratas fueron un espacio de reunión y articulación, generalmente al albor de una fábrica. El partido representaba más que unas siglas y sobre él se generaba un espacio incluso de convivencia. El tiempo y el individualismo han rebajado la necesidad de los ciudadanos de acudir a los partidos como acto de sociabilización y estos actores políticos han visto perder su base social.
 
La heterogeneidad. Los partidos socialdemócratas vivían en una relación de amor recíproco con la sociedad industrial homogénea. Sin embargo, la industria y el trabajo se ha ‘heterogeneizado’ y estos partidos no supieron acoplarse a tiempo. Un obrero ya no era sólo el de la fábrica, sino el camarero, el frutero, el periodista o el diseñador gráfico.
 
Sin respuestas ante la crisis. Todo lo anterior son males menores en comparación con este punto. La incapacidad de la socialdemocracia para dar respuestas a la crisis, alejándose de la protección del Estado del bienestar supuso un jaque del que todavía no se ha librado. A pesar de los logros obtenidos en décadas anteriores, muchos de sus votantes perdieron la esperanza y la confianza ante un actor político incapaz de imponer un nuevo mensaje. “Me cueste lo que me cueste”, José Luis Rodríguez Zapatero, 2010.
 
Los estados supranacionales. Este punto está intrínsecamente ligado al anterior. La pérdida de autonomía política de los países en detrimento de órganos supranacionales ha coartado la libertad unilateral de los gobiernos, que lejos de poder aplicar políticas expansivas – propias de la socialdemocracia – ha tenido que reducirlas.
 
Competencia. En los últimos años estos partidos han visto cómo han aparecido partidos que han ofrecido a la ciudadanía de izquierdas un nuevo relato al que agarrarse. Hasta ahora muchos países vivían sobre el bipartidismo. La crisis, la falta de respuestas, y la corrupción han supuesto el auge de otros actores políticos que han desalojado a las vacas sagradas de su pedestal.
 
Casos en Europa
 
El The Economist recordaba recientemente que a principios de siglo hubiera sido posible ir desde Escocia a Lituania sin pisar un país gobernado por la derecha. Un delirio si alguien lo dijera ahora.

El espejo de Grecia es el que todo socialdemócrata mantiene guardado bajo llave en el sótano. Nadie quiere ver ni recordar como el PASOK pasó del gobierno a la insignificancia. El PSOE ha obtenido una pérdida de votos durante los últimos años solo superada por sus hermanos los griegos, que entre corrupción y viraje al centro perdió su sentido.
 
Los únicos casos que parecen funcionar, con todos los peros incluidos, son el portugués y el italiano. Mientras el primer ministro transalpino, Matteo Renzi, lleva al Partido Democrático al centro, o a la ‘transversalidad’ dicho en ‘neolengua’, su homólogo portugués, Antonio Costa, se ha apoyado en el Bloque de Esquerda y el Partido Comunista. Ambos son los mejores eslabones de la cadena, pues aunque Françoise Hollande gobierne sobre Francia, las políticas aplicadas – reforma laboral made in Rajoy – distan de la idea socialdemócrata, y los votantes no perdonan.
 
El gran peligro de este abandono socialdemócrata, así como la ruptura de la sociedad del bienestar, es el nacimiento de determinados partidos denominados populistas. Que en el caso francés es un partido xenófobo, en el alemán un racista y en el británico un antiinmigración. En todos estos países la socialdemocracia se debate entre el centro (Alemania) y la izquierda (Reino Unido).  

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¿El fin de la historia (socialdemócrata)?

Ander Cortázar

Periodista

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