Calma chicha se llama la calma que antecede la tormenta. Eso lo aprendí de niño. Nací a metros del mar. Me crié entre marinos, en una ciudad portuaria. Mi propio padre lo fue. Calma chicha es una expresión que oigo desde niño. Y conozco su realidad. La he vivido. En “la mar”, tanto he atravesado Las Azores, como navegado El Caribe. En éste, he sentido esa calma. Hoy, en tierra, la siento. En Venezuela –escribo en la madrugada del 12 de octubre- hay una asfixiante calma chicha.
La “meteorología” la define el sistema, esa simbiosis incomprendida por muchos, que apuesta a la calma para la feliz navegación al puerto seguro de la opulencia de sus miembros. Para el régimen y cierta nomenklatura partidista, con socios diversos, Venezuela no es un país: es un filón a agotar. Una mina. Un inmenso “arco minero”, con vetas de todo tipo. La calma conviene. Se come más y mejor si se come tranquilitos.
El 1° de septiembre se anunciaba tempestad. Y el sistema impuso la calma. Había –y hay- extracción pendiente. Y divertimento, mucho divertimento. Comparsas electorales en medio de una dictadura, por ejemplo. Candidaturas para elecciones de no se sabe cuándo, como líderes de las comparsas. La nación amerita distracción. Hace olvidar las penas.
Esa calma se mantiene. No se sabe hasta cuándo; pero, se mantiene. La nación no se mueve, sino que vegeta. No está preparada para una brisita; mucho menos, para una tormenta. Ya no es tan verdad que no nos afectan los ciclones. Las cosas cambian. Matthew nos lo demostró. Pero, no nos preparamos. El sistema sigue imponiendo su “meteorología”, su calma chicha.
Los marinos dicen que la calma precede la tormenta. Y la preparación para ella no está. La nación y sus líderes, conocidos o no, no están descontando los costos de la no preparación. Tormenta habrá. Al menos, aún mantiene su probabilidad. Y a menor preparación, mayor probabilidad de desastres. De varios tipos. Incluso la devastación.
Con tormentas, o sin ellas, la preparación es un imperativo. Cuál apresto, cómo afrontarlas, cómo enfrentarlas, cómo conducirse en ellas y cómo reiniciarse en la nueva normalidad son tareas nacionales urgentes. Que se hacen en la calma y que, si no se las tiene en la propia tormenta, nos dejarán hasta sin ropa. Sí, desnudos ante la realidad.
De tanto estar pendientes del estado del tiempo impuesto por los amos de la meteorología no hacemos nuestras propias tareas. El ritmo lo imponen ellos. Las otras fuerzas de la naturaleza los siguen o están dormidas y toca sensibilizarlas y prepararlas para la realidad.
Venezuela requiere mirar hoy sus escenarios “meteorológicos” y constatar: 1°) que unas mayores devastación y tragedia son posibles; 2°) que, aún sin ellas, la calma chicha tampoco conviene; y 3°) que lo que toca es prepararse para la plena capacidad de disfrute de unos nuevos tiempos.
Calma chicha se llama la calma que antecede la tormenta. Eso también lo aprendí de niño. Pero, no fui marino. Me dediqué a estudiar. Y, ahora, a veces, trazo las cartas para los viajes de la infancia.
* Santiago José Guevara García
Valencia, Venezuela
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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